La Reforma protestante del siglo XVI marcó un antes y un después en la historia del cristianismo, desenterrando algunas de las antiguas reglas de interpretación de las Escrituras que dejaban de lado la tradición y el dogma de la Iglesia Católica Apostólica Romana para rescatar su mensaje puro.
De hecho, el principio de Sola Scriptura sostiene que todo cristiano debe anclar su fe en la Palabra de Dios. Esta postura implica un abordaje de ciertos temas, como el proceso de revelación-inspiración, a partir de una perspectiva netamente bíblica.
Es cierto que la palabra “inspiración” no aparece como tal en la Biblia, pero el concepto se halla presente en los escritos de los diferentes autores que contribuyeron con su formación.
A partir de éstos se puede afirmar que existe un innegable aspecto humano de la Escritura, el cual se ve reflejado en el lenguaje utilizado, las emociones descritas, las fuentes citadas y los contextos específicos.
Pero la Biblia también posee un carácter divinamente inspirado. Los autores bíblicos reconocen la actividad del Espíritu Santo, el cual los impulsó a escribir, ya que la iniciativa de comunicar es divina.
Por lo tanto, se puede aseverar que la Biblia es el producto de un proyecto divino-humano en el que Dios decide comunicarse con la raza humana y, para tal fin, inspira a algunos hombres escogidos que, conservando aún su estilo e individualidad característicos, se encargan de poner por escrito el mensaje divino, el cual llega al lector de una manera confiable debido a la supervisión del Espíritu Santo.
El modelo paradigmático del evangelio de Lucas
Resulta sencillo explicar cómo actúa el proceso de inspiración cuando Dios se revela a través de una voz audible, un sueño o una visión, pero ¿qué sucede cuando Dios “no habla”? El caso de Lucas puede responder a esta pregunta.
Al leer el prólogo de su evangelio (Lucas 1:1-4) se presenta una situación muy particular. A diferencia de otros autores bíblicos, el “médico amado” confiesa haber realizado un proceso de investigación previo a la producción de su material.
Este breve párrafo contiene la evidencia necesaria para descartar los modelos erróneos o incompletos de inspiración, convirtiéndose en un ejemplo completo del modelo bíblico.
El problema de un Dios redactor
En primer lugar, el modelo lucano descarta por completo la idea de la inspiración verbal, la cual maximiza el papel divino y minimiza el papel humano en la formación de las Escrituras, lo que coloca a Dios no sólo como su autor sino también como su redactor.
La revelación-inspiración, por lo tanto, se convierte en un dictado en el que el escritor bíblico se limita a transcribir palabra por palabra el mensaje divino.
Este modelo intenta negar la participación de la imperfección humana, pero en el caso de Lucas es imposible aplicarlo. El evangelista no escucha una voz ni ve una visión. La iniciativa del Espíritu actúa en él de manera interna.
El problema de un Dios mudo
En segundo lugar, el breve prólogo de Lucas no admite la idea de la revelación de encuentro.
Este modelo se opone totalmente a la inspiración verbal, ya que plantea la revelación como un encuentro entre Dios y el hombre en el que no se imparte conocimiento. Es decir que ninguna palabra o idea reflejada en la Biblia viene directamente de Dios.
De esta manera, la Biblia deja de ser Palabra de Dios para convertirse en el producto de un proceso de evolución cultural.
Pero la idea de que cada autor estuvo en presencia de Dios y luego escribió en base a sus sentimientos tampoco encaja en el prólogo del tercer evangelio.
¿Por qué? Por una sencilla razón: Lucas se involucra en un proceso que implica flujo de conocimiento e información. Él escribe en base a conocimientos previamente existentes y no a partir de sus emociones o intuiciones luego de una “entrevista muda” con el Altísimo.
El problema de un Dios limitado
El último filtro que el prólogo de Lucas debe pasar es el de la inspiración de pensamiento. Este modelo plantea un punto intermedio entre la revelación no cognitiva de encuentro y la inspiración verbal.
El Espíritu Santo actúa en la mente del autor, por lo cual se consideran sus pensamientos inspirados pero no las palabras.
Si bien este modelo presenta varias ventajas respecto de los dos anteriores, hay que admitir que posee una gran desventaja: la dicotomía que asume entre pensamientos y palabras.
Fernando Canale, profesor emérito de Filosofía y Teología, aborda esta problemática alegando que, en el proceso de revelación e inspiración, el Espíritu tiene que haber guiado a los profetas en el proceso de escritura a fin de que sus palabras expresaran el mensaje de forma confiable y fidedigna. De otro modo, la distancia entre pensamientos y palabras habría permitido la existencia de errores teológicos en el texto bíblico.
Si se acepta totalmente este modelo, ¿qué seguridad existe de que Lucas no haya cometido errores que comprometan el resto de la teología bíblica?
Un modelo bíblico de inspiración
Canale propone descartar totalmente los modelos de inspiración verbal y revelación de encuentro debido a su carencia de base bíblica. Por otro lado, sugiere reformular algunos conceptos de la inspiración de pensamiento a fin de llegar a un modelo bíblico de revelación-inspiración.
Acerca de la forma en la que la inspiración actúa en los autores, dice lo siguiente:
“El objetivo de la inspiración no es mejorar el modo humano de pensar o escribir, sino asegurar que los escritores no sustituyan la verdad de Dios por sus propias interpretaciones. La guía del Espíritu Santo no anuló el pensamiento y el proceso de escritura de los escritores bíblicos, sino que supervisó el proceso de escritura para maximizar la claridad de las ideas y evitar, si fuera necesario, la distorsión de la revelación o la transformación de la verdad divina en una mentira”.
La revelación y la inspiración no pueden ni deben ser separadas. Se diferencia a ambos procesos simplemente por una cuestión técnica, pero los dos actúan en conjunto.
Dios “respira” el mensaje y el profeta “inhala” la respiración de Dios (siempre de manera metafórica).
El caso de Lucas es un ejemplo que ilustra de forma bastante completa este proceso. Dios no fuerza el lenguaje del profeta ni lo usa como un simple copista. Se revela de manera cognitiva, transmitiendo el mensaje a la mente del profeta.
Luego, el Espíritu Santo se encarga de acompañar el proceso de la escritura sin anular la personalidad y el estilo del autor, de tal manera que sus palabras no tergiversen la verdad divina que está siendo comunicada.
Entonces ¿qué sucede cuando Dios “no habla”? En realidad, Dios siempre habla, y lo que ha quedado registrado en la Biblia es la evidencia de que ella es, sin lugar a dudas, la Palabra de Dios.