Al igual que ocurre con Lázaro, Nicodemo es un personaje solo mencionado por Juan, quien le dedica a Nicodemo más de la mitad del capítulo 3 de su evangelio, unos versículos del capítulo 7 y una mención en el capítulo 19; y a Lázaro el capítulo 11 e inclusive parte del 12. Otra curiosidad consiste en que la consecuencia de la resurrección de Lázaro, según Juan, fue la decisión del Sanedrín de asesinar a Jesús. Nicodemo integraba el Sanedrín.
La primera vez que aparece Nicodemo en el relato del evangelista, es una noche en que él busca a Jesús, intrigado por los milagros realizados por aquel al que llamaban ‘Rabí’ aunque no era reconocido como tal por el Sanedrín.
De todos modos, Nicodemo, integrante del Sanedrin, le dice: “Sabemos que has venido como maestro de parte de Dios, pues nadie puede hacer los milagros que haces si Dios no está con él.”
Sin duda, una contradicción porque él lo estaba visitando en la oscuridad, probablemente por temor a que otros líderes judíos lo viesen con el hombre de Nazaret, manchando su reputación.
Y es más contradictorio porque, en su rol de miembro del concilio gobernante judío, Nicodemo podía invocar, si tuviese que dar una explicación, que su responsabilidad era averiguar sobre otros maestros u otras figuras públicas que podrían llevar al pueblo por mal camino.
Evidentemente, entonces, Nicodemo prefería un diálogo a solas, sincero, dejando de lado toda formalidad inquisidora.
El Sanedrín
En el período del Segundo Templo, el Gran Sanedrín se reunía en el llamado Salón de las Piedras Talladas (Lishkat Ha-Gazith), en la pared norte del Monte del Templo de Jerusalén, encontrándose la mitad en el interior del santuario y la otra mitad fuera de él, con puertas de acceso tanto hacia el Templo como hacia el exterior.
Su nombre proviene del griego “synedrion” (simposio, y de ahí ‘asamblea’, ‘comité’ y ‘concilio’). Pero el concepto se remonta a muchos años antes: Dios ordenó a Moisés que “Reúna para mí [“Espah-Li”], 70 hombres de los ancianos de Israel, que sepas que son los ancianos y los oficiales del pueblo, y los llevarás a la Tienda del Encuentro, y ellos estarán allí contigo” (Números 11:16).
El Gran Sanedrín se reunía todos los días, excepto en los festivales judíos y en el sábado (Shabat). El Sanedrín constaba de 71 miembros: el Sumo Sacerdote y 70 hombres prominentes de la nación.
No era el Sanedrín con autoridad reducida que se restableció en Yavneh luego de la destrucción de Jerusalén por los romanos.
El Sanedrín se atribuía funciones que los tribunales menores judíos no poseían. Sólo el Sanedrín podría juzgar al rey, ampliar los límites del Templo y de Jerusalén, y resolver toda pregunta acerca de la interpretación de la Ley.
Antes de 191 a. C., el Sumo Sacerdote actuaba ex oficio como jefe del Sanedrín, pero cuando el Sanedrín perdió la confianza en el Sumo Sacerdote, se creó el cargo de Nasí (presidente).
Después de la época de un contemporáneo de Jesús, Hillel el Viejo (finales del siglo I a. C. y principios del siglo I d. C.), el Nasí era casi siempre un descendiente de Hillel.
El miembro N°2 de más alto rango del Sanedrín se llamaba Av Beit Din, o “Jefe de la Casa de la Ley“), que presidía el Sanedrín cuando sesionaba en un rol de tribunal penal. Es importante considerarlo porque, tiempo después, fue el Sanedrían el organismo que juzgó a Jesús y lo acusó ante el prefecto romano de Judea, Poncio Pilatos.
El Sanedrín, si bien poseía una competencia importante en algunas de las decisiones del Imperio romano, no podía disponer de la vida de nadie.
Por ejemplo, el Sanedrín se reunió en casa de Caifás, Sumo Sacerdote, para planificar la detención de Jesús y convencer al delegado romano Pilatos para que lo sentenciara a muerta. También determinó el precio a pagar a Judas.
En el Sanedrín había al menos tres personas que simpatizaban con Jesús: Nicodemo, José de Arimatea y Gamaliel, el maestro de Saulo de Tarso.
Gamaliel fue quien aconsejó a sus compañeros que dejaran de hostigar a los discípulos de Jesús. “De otro modo —dijo—, quizás se les halle a ustedes luchadores realmente contra Dios.” (Hechos 5:38-39).
En tiempos de los romanos, integraban el Sanedrín representantes de
** la aristocracia (saduceos, que presidían el tribunal),
** los líderes plebeyos (fariseos, “perushim” o “los segregados“),
** los instruidos escribas (también del grupo de los fariseos).
Las diferencias
Los saduceos eran judíos aristócratas, que pertenecían a la clase social alta y también ocupaban puestos de poder significativos.
Ellos eran los encargados de mantener la paz entre judíos y romanos. Este trabajo hacía que los saduceos estuvieran más ocupados en la política que en la religión.
Se dice que su nombre proviene de la palabra griega “syndikoi” (autoridad fiscal, o sea que su origen es comercial o político, antes que religioso). Pero, al relacionarse con el Sanedrín, empezaron a tener conexiones religiosas. Por ejemplo, no creían en la vida después de la muerte y negaban que Dios interviniera en los asuntos personales.
En cambio los fariseos fueron un movimiento religioso y social, y una escuela de pensamiento judía durante el período del Segundo Templo.
Los fariseos creían que su movimiento nació en el período de la cautividad babilónica (587 a. C.-536 a. C.). Algunos los consideraban sucesores de los jasídim (devotos).
De los fariseos surgió la línea rabínica ortodoxa que redactó los distintos Talmud.
Ellos creían en la libertad humana, en la inmortalidad del alma, en un castigo y una recompensa eternos, en la resurrección. Y en la obligación de obedecer su tradición interpretativa referida a obligaciones religiosas: junto a la Ley escrita (Torah o Pentateuco), fueron recopilando tradiciones y modos de cumplir las prescripciones de la Ley, que llegaron a ser recibidas como Torah oral.
De acuerdo con la Misná (compilación de leyes judías), el Sanedrín era el único tribunal con autoridad para atender asuntos de importancia nacional, tratar con jueces que cuestionaban sus decisiones y juzgar a falsos profetas. Así pues, Jesús y Esteban comparecieron ante el Sanedrín acusados de blasfemar; Pedro y Juan, de subvertir el orden social, y Pablo, de profanar el templo (Marcos 14:64; Hechos 4:15-17; 6:11; 23:1; 24:6).
Según el historiador Josefo, los saduceos se plegaban a las exigencias de los fariseos, a veces a regañadientes.
Esta situación fue la que aprovechó Saulo de Tarso, ex fariseo ya convertido en el apóstol Pablo para defenderse ante el Sanedrín (Hechos 23:6-9). “Entonces Pablo, notando que una parte era de saduceos y otra de fariseos, alzó la voz en el concilio: Varones hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo; acerca de la esperanza y de la resurrección de los muertos se me juzga. Cuando dijo esto, se produjo disensión entre los fariseos y los saduceos, y la asamblea se dividió. Porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu; pero los fariseos afirman estas cosas. Y hubo un gran vocerío; y levantándose los escribas de la parte de los fariseos, contendían, diciendo: Ningún mal hallamos en este hombre; que si un espíritu le ha hablado, o un ángel, no resistamos a Dios”.
El diálogo
El intercambio entre Jesús y Nicodemo es una de las conversaciones más famosas de los evangelios.
Es un diálogo afable y respetuoso, pero al mismo tiempo exigente.
Nicodemo estaba en graves problemas espirituales porque sus convicciones tambaleaban. Sus amigos fariseos se habían declarado contrarios a Jesús, a pesar de los milagros que Él realizaba y la autoridad que Él invocaba. Pero Nicodemo tenía muchas dudas acerca del juicio de sus amigos.
En el fondo, su dilema era el mismo del de los discípulos. No importaba la diferencia de educación ni de rol social: ¿era Jesús realmente el Mesías, o no?
Nicodemo admitía que Jesús era Maestro. También aceptaba que Jesús tenía su origen en Dios, pues ha visto los milagros que era para sanidad; pero ¿era el Mesías? Esa era su duda y su búsqueda cautelosa.
Jesús inmediatamente confronta a Nicodemo y lo lleva a otro escenario: “Es necesario nacer de nuevo” (Juan 3:3).
Nicodemo queda sorprendido porque Jesús desestima su rol de autoridad entre los judíos diciéndole que, ya que él es un líder de los judíos, debería conocer lo que él le decía (Juan 3:10).
Jesús quiere enseñar a Nicodemo que, sin importar su religiosidad ni su rol formal, cada persona necesita recibir el nuevo nacimiento, que es lo que responderá a su presunta de si es o no el Mesías.
Jesús le está explicando que creer en Dios es algo diferente a lo que suponia hasta entonces Nicodemo.
Jesús es enfático: “En verdad te digo que el que no nace de agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios”.
Para reconocerlo como Mesías, Nicodemo necesitaba una nueva perspectiva de su religión, de sus creencias y de su propia Fe.
Sin embargo, a Nicodemo parece que por sus luchas internas le resulta difícil entender lo que Jesús le está enseñando sobre el Reino. Por eso, Jesús le da más detalles, apelando a la memoria histórica de los judíos: “Así como Moisés alzó la serpiente en el desierto, así tiene que ser alzado el Hijo del Hombre para que todo el que crea en él tenga vida eterna” (Juan 3:14, 15).
Durante el éxodo, en medio de los episodios de intenso escepticismo que colmaba a gran parte de la multitud en camino a Canaán, una plaga de serpientes venenosas atacó al pueblo, Dios le ordenó a Moisés que hiciera una serpiente de cobre y cuando alguien era mordido si miraba la escultura, viviría (Números 21:9).
Toda persona es como el pueblo Israel: merecedores de morir por sus pecados en un desierto. La religión formal de Nicodemo no podía salvarlo. Él necesitaba creer en el poder expiatorio de Jesús, que era la forma correcta de mirarlo.
Nicodemo quería saber más de Jesús y éste, entonces, le explica su misión, para que no lo considerase un enemigo sino un Redentor.
Jesús le ofreció una explicación detallada del nuevo nacimiento, y es en este contexto ocurre el texto de Juan 3:16, uno de los versículos más impactantes de la Biblia: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito para que todo aquel que en Él crea, no se pierda más tenga vida eterna”.
Luego, le deja a Nicodemo una enseñanza tranquilizadora: “Dios no envió a su Hijo al mundo para que él juzgue al mundo”. Esto significa que Jesús no fue enviado para condenar a la humanidad a la muerte, sino, tal como él mismo declara, “para que el mundo se salve por medio de él” (Juan 3:17).
Jesús no olvida que Nicodemo le fue a visitar en la oscuridad por temor al qué dirán. Por eso, es interesante que Él concluya la conversación con estas palabras: “Esta es la base del juicio: que la luz [que es Jesús, con su vida y sus enseñanzas] vino al mundo y, en vez de amar la luz, las personas amaron la oscuridad, porque las cosas que hacían eran malas. Porque el que practica cosas malas odia la luz y no va a la luz, para que las cosas que hace no sean puestas al descubierto. Pero el que hace lo que es verdadero va a la luz, para que se vea que las cosas que hace están de acuerdo con la voluntad de Dios” (Juan 3:19-21).
El relato de Juan no precisa si Nicodemo creyó aquella noche pero unos capítulos más adelante, él defiende a Jesús frente a algunos fariseos, señalando que ellos deben escuchar a Jesús antes de juzgarlo (Juan 7:50-51).
Y él estuvo participó de la sepultura de Jesús (Juan 19:39), planteando otra gran contradiccion: ¿Qué hacía un fariseo ayudando en la sepultura de alguien entregado a muerte por los propios fariseos? Todo indica que en ese acto público, Nicodemo reveló sus convicciones. Nicodemo confesó su amor a Cristo cuando Pedro, Santiago y Andrés le habían abandonado.
Así, la conversión de Nicodemo resulta ser un ejemplo de lo que Jesús le habló a él mismo aquella noche: “El viento sopla por donde quiere, y oyes su sonido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va; así es todo aquél que es nacido del Espíritu” (Juan 3:8).