“Síndrome de la cabaña”: un proceso adaptativo y normal que se propaga tras meses de cuarentena en Argentina y otros países del mundo.
Se trata de un conjunto de síntomas que configuran un estado anímico ansioso, desde el que se da preferencia al refugio del hogar frente al peligro que aparentemente representa el mundo externo.
Actualmente el concepto resurgió a raíz de los efectos del aislamiento, pero antes era usado para pensar lo que les sucede a quienes estuvieron presos, a víctimas de secuestros, astronautas o tras largas internaciones hospitalarias.
Básicamente se trata del miedo de salir a la calle, de interactuar con otros y desenvolverse en la vida pública. Puede manifestarse con pensamientos catastróficos, irritabilidad, impaciencia, aburrimiento, dificultad de concentración, inquietud, taquicardia, transpiración y comportamientos evitativos.
Desde el siglo XIX
A pesar que hay múltiples versiones sobre el origen de la noción del Síndrome de la cabaña, apareció en la literatura por primera vez escrito por BM Bower. La mujer detrás del seudónimo fue Bertha Muzzy Sinclair, autora de decenas de novelas y cuentos.
La escritora nació en Montana en 1871 y vivió en una de las granjas características de aquellas regiones áridas. Luego de convertirse en maestra se fugó con su primer esposo y comenzó a escribir para editoriales.
La cabaña dónde residía la inspiró a escribir Cabin Fever (1918), una novela enmarcada en uno de los largos inviernos de soledad que transcurrían en aquellas latitudes.
Décadas después, en 1980 el psicólogo Paul Rosenblatt tomó la idea para estudiar en la población estadounidense los efectos de largos periodos de encierro.
En la posteridad se utilizó la categoría para explicar las alteraciones emocionales que pueden surgir luego de estar aislado, pero nunca llegó a ser una condición psicológica ni un trastorno.
Actualmente, se presenta un escenario novedoso configurado por la pandemia iniciada a comienzos del 2020 y los impactos emocionales post cuarentena.
Las circunstancias llevaron a muchos investigadores a retomar la noción del Síndrome de la Cabaña para estudiar el comportamiento de la población.
En esta línea, la Universidad de Valencia descubrió que una de cada tres personas tiene miedo de salir a la calle y volver a sus rutinas laborales y sociales en España.
Aquel 33% de los encuestados afirmó tener temor a contraer el virus y predilección a permanecer en sus casas.
La investigación la realizó el GIPEyOP (Grupo de Investigación en Procesos Electorales y Opinión Pública) de la Universidad de Valencia. Se basaron en 8.387 respuestas recolectadas entre el abril y mayo del 2020, periodo en que comenzó la desacelerarción de las medidas de confinamiento
Des-patologizar los comportamientos normales
A diferencia de la experiencia que inspiró a BM Bower, hoy no es el clima el impedimento a salir sino el miedo a contraer COVID-19.
Pero no solo la enfermedad genera rechazo, ya que también se le añade la vuelta a la vida hiperactiva y agitada anterior a la pandemia.
Angustia, impotencia, soledad, extrañar a seres queridos, dificultades de la convivencia e incertidumbre son sensaciones normales experimentadas durante el confinamiento. Pero al salir, el ser humano busca estrategias adaptativas hoy denominadas Síndrome de la Cabaña.
Como no se trata de una enfermedad tipificada en los manuales de salud mental, sino de un conjunto de síntomas relacionados con el espectro ansioso, no hay consejos, protocolos psicológicos, ni medicaciones que se receten en estos casos.
Se trata de un estado normal e ineludible que exige entendimiento, respeto y toma de decisiones adecuadas. No un impulso a patologizar todo.
La consigna es, entonces, comenzar el proceso inverso al que se siguió al inicio del aislamiento. Como alegoría platónica, la luz plena produce ceguera, por eso el cambio debe ser progresivo.
¿Cuándo es preocupante?
En cierto grado, el miedo es una emoción adaptativa y básica del ser humano. Pero cuando deja de ser un medio de protección y empieza a paralizar, es el punto en el que se vuelve preocupante.
Aunque depende del especialista, muchos recomiendan que el periodo de adaptación a la “nueva normalidad” no se alargue más de tres semanas.
Algunas personas deben prestar mayor atención ante manifestaciones habituales o problemáticas de la conducta, debido a la predisposición a provocar pensamientos circulares, rumiantes y negativos. Sobre todo quienes han tenido ansiedad, depresión, hipocondría o dificultad para relacionarse socialmente.
Algunas medidas prácticas a tener en cuenta si la soledad se volvió adictiva son:
- Focalizarse en el placer que generan algunas actividades en el exterior, ya sea la naturaleza, tomar un café, ver un ser querido.
- Identificar cuando aparece el miedo, asumirlo y verbalizarlo, incluso puede ser con un profesional.
- Buscar el equilibrio de consumo de noticias y evitar la infodemia.
- Trabajar en una perspectiva realista de la situación actual, sin especulaciones y con datos objetivos y comprobados.
- Dormir las 8 horas necesarias.
- Organizar la rutina con tiempo de sobra en cada actividad para poder hacerlas de modo más relajado, como por ejemplo el camino al trabajo por la mañana.
- Planificar los días y semanas en función de lo aprendido durante el confinamiento, dando prioridad a lo esencial y relegando lo accesorio.
- Separar un momento al día para hacer algo de disfrute, ya sea ejercicio, un paseo al aire libre o mirar una película.