«La educación no cambia el mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo»
PAULO FREIRE
«Educar a un niño no es hacerle aprender algo que no sabía, sino hacer de él alguien que no existía»
JOHN RUSKIN
“Cada vez nos sorprendemos más de las conductas que los niños tienen hacia sus padres: faltas de respeto, insultos, alzar la voz, entre muchas otras. Un tipo de autoridad que pasa de estar en los padres para pasar a los hijos. Parece que los roles se han intercambiado. Ya no son los padres quienes establecen normas e imponen castigos, sino que los hijos tienen toda la autoridad“, explicó Raquel Lemos Rodríguez, en la web La Mente es Maravillosa, en un artículo titulado “El síndrome del emperador, niños tiranos“.
Ella afirma que es muy fácil distinguir a un niño que posea el «Síndrome del Emperador»:
> Rasgos de personalidad propios del egocentrismo.
> Tienen una escasa tolerancia a la frustración.
> No saben controlarse ni regular sus sentimientos y emociones.
> No toleran que sus exigencias no se vean cumplidas.
> Conocen las debilidades de los demás.
> Son unos expertos manipulando psicológicamente a los demás.
La pregunta inevitable: ¿Por qué los padres no actúan en consecuencia?
La respuesta obvia: Porque tienen miedo, pero sobre todo porque han permitido que sus propios hijos los sometan.
Algo más: Los padres han optado por educar de forma pasiva a sus hijos, sin medir las consecuencias que tarde o temprano empezarán a lamentar. “Esto no solo causa problemas en casa, sino también en la escuela. ¿Cómo los profesores van a poder lidiar con estas personalidades autoritarias?“, agregó la psicóloga Lemos Rodríguez.
En los trastornos conductuales, como por ejemplo el trastorno negativista desafiante o el trastorno de conducta, caracterizados por un desafio constante y la ruptura de normas, es frecuente encontrar una educación carente de límites dónde es el niño quien ordena, manda y decide.
Rectificar es necesario en estos casos. La educación que ellos reciban, definirá lo que serán el día de mañana.
Los niños no nacen aprendidos y corresponde enseñarles hasta dónde pueden llegar en determinadas situaciones.
La aceptación no conlleva resignación, y por ese motivo, a veces es necesario establecer límites en la educación.
No se trata de cortarles las alas, pues puede provocarse el efecto contrario. Sí es cierto que deben aprender normas que le puedan ayudar a generar empatía y solidaridad, evitando que falten al respeto a otros.
Los niños aprenden rápido, y en cuestiones de educación es ahora o nunca.
Ahora bien, si los niños son tratados desde el desprecio, la agresividad o la indiferencia alimentarán en su interior la desesperanza, el rechazo o el sentimiento de abandono.
La extorsión
Miriam Roldán Carmona menciona la Teoría de la Coacción, que elaboró Gerald R. Patterson, que permite concluir que las conductas coercitivas que presentan algunos niños, tales como llorar, gritar o patalear, se mantienen en el tiempo porque son reforzadas, inconscientemente, por los padres.
La ‘Teoría de la Coacción’, de Patterson, y su trampa del reforzamiento negativo explican cómo para los padres resulta más sencillo a corto plazo ceder a las peticiones inadecuadas de los hijos.
Sin embargo, a largo plazo el coste será mucho mayor, ya que los comportamientos inapropiados se reproducirán a una velocidad exponencial.
Los padres, sin darse cuenta, muestran una tendencia a atender a sus hijos solamente cuando llevan a cabo estas conductas inapropiadas. Sin embargo, tienden a desatender aquellas que sí que resultan adecuadas.
Cuando ante una conducta inadecuada, como una rabieta, golpes o amenazas, los padres ceden, las dos partes se «sienten bien». Por un lado, los padres consiguen que el niño deje de molestar mientras que, por el otro, el hijo consigue lo que quiere.
La trampa del reforzamiento negativo de Patterson explica cómo los padres al ceder ante una rabieta obtienen alivio, y así aumenta la probabilidad de que con el tiempo las rabietas sean más frecuentes.
Luego, las personas a quienes no se les han puesto límites normalmente tienen una baja tolerancia a la frustración, les cuesta controlar sus emociones y no responden bien ante el cumplimiento de normas y obligaciones. Suelen manipular y hacer sentir mal al otro con tal de conseguir su propósito.
Impertinencia, exigencia de privilegios, falta de constancia y esfuerzo, escasa paciencia, poca colaboración, problemas de conducta, agresiones o incluso destrucción de objetos son algunos de los problemas en los que puede derivar la falta de límites.
En los trastornos conductuales, como por ejemplo el trastorno negativista desafiante o el trastorno de conducta, caracterizados por un desafio constante y la ruptura de normas, es frecuente encontrar una educación carente de límites dónde es el niño quien ordena, manda y decide.
“Gracias”, “De Nada”
Es interesante abordar un detalle que, al final de cuentas, no es un detalle sino una cuestión central en la educación de los niños.
“Transmitir a los niños la importancia de dar las gracias, de «pedir por favor» o de decir «buenos días» o «buenas tardes», va más allá de un simple acto de cortesía. Estamos invirtiendo en emociones, en valores sociales, y ante todo, en reciprocidad“, afirma la psicóloga Valeria Sabater.
Ella recuerda que, “para crear una sociedad basada en el respeto mutuo, en la que el civismo y la consideración marquen la diferencia, es necesario invertir en esas pequeñas costumbres sociales, a las que a veces, no prestamos la importancia que merecen. La convivencia se basa, al fin y al cabo, en esas interacciones basadas en la tolerancia donde todo niño debería iniciarse desde una edad temprana.”
La edad mágica de los 2 a los 7 años es la que Jean Piaget denominaba como «estadio de inteligencia intuitiva»: los niños, a pesar de estar supeditados al mundo del adulto, irán despertándose a intuir un universo más allá de las propias necesidades, y así descubrir la empatía, el sentido de la justicia y el valor de la reciprocidad.
Es interesante tener en cuenta que el «cerebro social» de un bebé es tremendamente receptivo a cualquier estímulo: desde el tono de voz a las expresiones faciales de sus progenitores.
Los neurocientíficos nos recuerdan que el sistema neuronal de un niño está programado genéticamente para «conectarse» con otros, y hasta actividades rutinarias se convierten en improntas cerebrales que prefiguran, en un sentido u otro, la respuesta emocional que tendrá ese niño en el futuro.
Un niño que es tratado con respeto y que desde una edad temprana se ha acostumbrado a escuchar la palabra «gracias», entenderá la importancia del refuerzo positivo.
Es probable que un niño de 3 años a quien su padre y su madre han enseñado a decir “gracias“, “por favor” o “buenos días“, no comprenderá muy bien en ese momento el valor de la reciprocidad y del respeto que conllevan estas palabras. No obstante, él está creando una adecuada base para raíces fuertes y profundas.
Cuando un niño pide las cosas “por favor” y concluye con un “gracias“, ya nada será igual.
Más adelante, registrará el auténtico efecto de tratar con respeto a un igual, y cómo esa acción tiene consecuencias, porque tratar con respeto a los demás es respetarse a uno mismo, exhibir valores y un sentido de convivencia basado en la reciprocidad.
La mencionada Valeria Sabater ofrece algunas estrategias para señalar a los niños en cada situación:
> ¿Has llegado o entrado a algún sitio? Saluda, di buenos días o buenas tardes.
> ¿Te vas? Di adiós
> ¿Te han hecho un favor? ¿Te han dado algo? Da las gracias.
> ¿Te han hablado? Responde.
> ¿Te están hablando? Escucha.
> ¿Tienes algo? Compártelo.
> ¿No lo tienes? No envidies.
> ¿Tienes algo que no es tuyo? Devuélvelo.
> ¿Quieres que hagan algo por ti? Pídelo por favor.
> ¿Te has equivocado? Discúlpate.