Los gastos de guerra consumían los presupuestos tanto de la República como del Imperio. La inflación castigaba a las monedas de Roma y sus territorios, y esto provocaba transferencias de riquezas.
El político romano Marco Tulio Cicerón, en su obra ‘De officiis’, escribió: “Las monedas fueron desperdigadas, así que nadie era capaz de saber lo que tenía”. Él hizo referencia a la crisis de deuda pública que padeció Roma entre los años 91 a.C. y 86 a.C. Y eso provocó inflación.
Para resolver la crisis, los tribunos romanos pidieron consejo al Colegio de Pretores, funcionarios judiciales que tenían autoridad en cuestiones patrimoniales. Algo así como un Colegio de Contadores Públicos.
Su propuesta fue flexibilizar los estándares utilizados por la Ceca, la Casa de Moneda romana, que imprimía el circulante. El contenido de plata de los denarios declinó en 2 fases. Hacia el año 87 a.C., comenzó a acuñarse de forma deliberada 90% de plata y 10% de cobre.
En la web OroInformación.com/ se señala: “Más allá de que esta ‘adulteración’ de la plata fuera de apenas un 10%, fue el simple hecho de saber que ya no se acuñaba en plata pura lo que ocasionó la desconfianza en el denario.”
En aquel tiempo nacieron Juan el Bautista, en Ein Karem; y 6 meses después Jesús, en Belén de Judá, territorio de la Tetrarquía herodiana, ex Reino de Herodes.
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Para entonces -la llamada ‘época de Augusto’, por Cayo Julio César Augusto o simplemente Augusto u Octaviano u Octavio Augusto, de 27 a.C. a 301 d.C.- el sistema monetario romano consistía en:
- 1 Áureo (de oro), equivalente a 25 denarios o 800 ases.
- 1 Quinario Áureo, 12 denarios y 1 quinario argenteo o 400 ases.
- 1 Denario, equivalente a 16 ases.
- Quinario Argenteo, 8 ases.
- Sestercio, 4 ases.
- Dupondio, 2 ases.
- As, 4 quadrans.
- Semis, 2 quadrans.
- Quadrans (equivalente a 1 centavo).
En tiempos de Jesús, 1 denario era el salario de 1 día de trabajo rural.
El emperador Nerón volvería a devaluar, reduciendo aún más la cantidad de plata en el denario, y aumentando el cobre, a 3,40 gramos.
Marco Augelio volvió a devaluar, a 2,36 gramos de plata.
Septimio Severo a 1,70 gramo de plata.
Al final, el denario, destruido por la inflación, sería sustituido por el antoniniano, en el gobierno de Gordiano III.
La banca
En el año 33 d.C. ocurrió una gran crisis financiera del Imperio Romano. Hay que remontarse al año 14 d. C., cuando Octavio Augusto dejó al frente a su hijastro Tiberio.
El historiador Publio Cornelio Tácito explicó que Roma dependía del cobro de impuestos de sus provincias o territorios conquistados.
Tiberio intentó en que el Estado tuviera reservas anticíclicas. El relato popular afirma que él se deprimió cuando fue informado de la liquidez en la Tesorería. Entonces, con los resultados del Censo de Augusto -aquel que se realizó cuando nació Jesús- estimó el aporte que debía hacer cada provincia. También redujo el gasto en entretenimientos e inversiones públicas. Él decidió atesorar sin escatimar los costos.
Sin embargo, en aquel año 33 d. C., abruptamente, desapareció el dinero en efectivo. El Imperio soportó días de gran iliquidez. Hay diversas hipótesis acerca de cuál fue el motivo. En verdad, la crisis de liquidez de Roma se remontaba a los días de Octavio Augusto porque se había empezado a dejar de recibir los tesoros de los saqueos.
La iliquidez provocó un cese de la cadena de pagos y muchos juicios por impagos hipotecarios.
La inflación
Roma había imitado a Grecia que había imitado a Sumeria en la gestión bancaria. El Templo de Saturno albergaba la Aerarium (erario) en tiempos de la República; y luego el Templo de Cástor y Pólux fue el depositario del tesoro del Imperio.
Los primeros bancos se ubicaron en templos, donde se cobraban los intereses por los préstamos, se cambiaba el dinero y se hacía un seguimiento de las finanzas mediante registros escritos. La religiosidad y fidelidad del personal de los templos le daba confianza a las élites de Roma del uso de estos emplazamientos para proteger y conservar sus riquezas. El sistema era bastante seguro, aún cuando no habría garantía bancaria, mientras la inflación fuese baja.
Pero surgieron los banqueros privados llamados Argentarii (de argentum, que es el nombre del metal ‘plata’), quienes comenzaron como cambistas de moneda para controlar las falsificaciones y retirar de circulación las ‘deterioradas’.
Los Argentarii eran pequeños empresarios que tenían un lugar físico, cumplían un horario regular, podían estar organizados en ‘collegia’ al que sólo podían ingresar quienes ellos aceptaran; y estaban obligados a respetar los reglamentos de su oficio. En general, los banqueros eran respetados y gozaban de cierta protección legal porque debían prestar un juramento de no calumnia.
Los banqueros romanos desaparecen del registro histórico luego del 260 d. C. porque la depreciación continua de la moneda afectó a la economía. La inflación destruyó el imperio antes que llegaran los bárbaros.
La burbuja
Los Argentarii eran los banqueros privados, diferentes a los Mensarii, que eran banqueros designados por el Estado.
Sin embargo, luego fueron más sofisticados y evolucionaron hacia el Depositum. Eran los ‘guardianes del dinero‘ por el que el Argentarius no pagaba intereses pero con el que no podía traficar; y el Creditum -dinero por el que pagaba intereses pero podía utilizarlo para generar beneficios-.
Los banqueros participaban en el Receptum Argentarii, un acuerdo que involucraba a 3 personas: el banquero pagaría a un tercero el dinero que el cliente poseía. Existía la estipulación: el deudor era interrogado por el acreedor en presencia de testigos, sobre su voluntad de pagar la deuda.
Los depósitos se dividían en
- los que no devengaban intereses (Pecunia Obsignata) pero el banquero no podía utilizar ese dinero depositado; y
- los remunerados (Pecunia non Obsignata), en el que el depositario tenía la obligación de devolver su valor.
Tras la batalla de Accio y la derrota de Antonio y Cleopatra, Octavio Augusto inició un período de expansión y desarrollo sin precedentes: la Pax Romana.
El control de Egipto le permitió que los granos llegaran a Roma sin contratiempos, o sea más baratos. Creció el comercio, también el crédito y los ciudadanos invertían en tierras y en las ínsulas (edificios de viviendas que se alquilaban). Era posible conseguir financiación de bajo costo y el primero que se aprovechó fue el Estado para la obra pública.
Obviamente Roma vivió una ‘burbuja especulativa‘ de alto consumo que Augusto Octavio no consideró en su impacto de inflación creciente.
Según el poeta Marcial, “en Roma se pagaban los precios más altos, lo mismo por la virtud que por el vicio“. ¿La inflación era mayor en Roma?
Y la ‘burbuja’ le explotó a Tiberio.
El Ajustazo
El problema fue aquella visita de Tiberio al Templo de Cástor y Pólux para comprobar que había recursos escasos porque Octavio Augusto había estimulado el consumo.
Tiberio impuso un frenazo a la economía al reducir el dinero circulante porque quería aumentar el volumen del Tesoro imperial. Por ejemplo, él mermó el volumen de obra pública y limitó la distribución de granos.
Él también se apropió del patrimonio de varios millonarios acusándolos de ‘enemigos del emperador‘; luego los ‘invitó‘ a recomprarlos en subastas, motivo del endeudamiento de esos acaudalados que debían recuperar su patrimonio. Y todo para financiar a Tiberio.
El paso siguiente fue restringir la actividad de los Argentarii, sometiéndolos a una ‘auditoría imperial’. Ellos pidieron una moratoria de 18 meses para poner en orden sus cuentas, y salieron a recuperar los préstamos otorgados, cancelándolos en forma intempestiva. E impusieron un freno a todo nuevo crédito.
Hubo recesión, liquidación de activos, iliquidez, deflación, estallido de ‘la burbuja’, quiebras de muchas Argentarii que no pudieron devolver el dinero de sus Depositum, y el shock se trasladó a todo el Imperio.
Esto fue antes que Tiberio se recluyera en Capri para dedicarse, según las historias de la época, a una vida sexual escandalosa, dejando la rutina diaria a su consejero y prefecto de la Guardia Pretoriana, Lucio Elio Sejano, a quien años después hizo ejecutar.
El rescate
Era necesario un rescate de la economía.
Tiberio inyectó préstamos de 25.000 denarios ‘sine usuris’, es decir a título gratuito. Solamente debían presentarse garantías si se solicitaba el doble de esa cantidad.
Y designó una comisión de 5 senadores que gestionaban la operatoria, tal como si fueran un banco estatal. Con el endeudamiento muchos propietarios con iliquidez no necesitaron malvender sus patrimonios.
Tiberio fue impopular pero logró su objetivo de acrecentar el Tesoro imperial: los 100 millones de sestercios -su símbolo era HS, moneda de cobre-, o sea 25 millones de denarios recibidos de Augusto Octavio, los multiplicó por 27 que recibió su sucesor, Cayo Julio César Augusto Germánico, más conocido como Calígula, quien lo dilapidó.
Entre otros artilugios, el Estado hizo circular monedas de cobre con un baño de plata, que se debían aceptar por su valor nominal, tal como si fuesen totalmente de plata.
Quien las recibía no sabía, ‘a priori’, si la moneda era de plata o no lo era. Para sufragar ciertos gastos, el Estado hizo muchas tiradas de estas monedas, provocando una crisis monetaria que obligó a retirar gran parte de las emisiones.
Cara y cruz
Volvamos al denario: los íconos del anverso en los denarios y sus divisores fueron al principio figuras de divinidades romanas, a semejanza de los ases.
En el reverso, llevaban la figura de los Dioscuros (Cástor y Pólux) tirando del carro de la Victoria o una cuadriga arrastrando el carro de Júpiter o de Marte.
En sucesivas emisiones, las divinidades dieron lugar al capricho del magistrado que dirigía la acuñación: recuerdos de su familia, emblemas o símbolos o hazañas significativas según su entender y saber.
Hacia el final de la República y luego, en la época de Julio César, en una cara de las monedas se ubicaba el retrato del personaje que las autorizaba.
“¿Está permitido pagar impuesto a César, o no?”, fue la pregunta a Jeshua (en arameo significa ‘Yahveh es salvación’, occidentalizado como ‘Dios salva’), el Mesías o el Ungido o el Cristo, Jesús de Nazaret.
Señalando un denario, que se utilizaba para pagar impuestos, Jesús les devolvió la pregunta: “¿De quién es esta imagen y esta inscripción?” (Mateo 22:15-22; Marcos 12:13-17; Lucas 20:19-26). La inscripción era: “Tiberio César, Augusto, hijo del divino Augusto (…)”.
Alimentar una multitud, en la mente de los discípulos correspondía a 200 denarios o más.
El perfume derramado a los pies de Jesús fue valorado por Judas en 300 denarios.
En ambos casos, muchísimo dinero.
El denario también aparece en la parábola de los 2 deudores, la del buen samaritano, y la de los obreros de la viña, en la que se deja constancia de que un denario era igual a un jornal. (Continuará).