En tiempos de pandemia, cuando la incertidumbre crece en proporción directa al incremento de contagios y muertes, es común a la mentalidad humana aferrarse al pensamiento de que la desgracia pasará sin golpear la puerta.
En lugar de esperar lo mejor y prepararse para lo peor, el primer impulso instintivo consiste en buscar un placebo que evite la necesidad de siquiera pensar en la posibilidad del infortunio.
Es por ello que, desde que el SARS-CoV-2 cruzó los límites de la ciudad china de Wuhan para esparcirse por todo el mundo, se ha vuelto muy común recibir mensajes religiosos que prometen una inmunidad casi garantizada para quienes se consideran fieles adoradores de la Deidad judeocristiana, citando textos bíblicos como los siguientes:
- “Tú eres mi refugio; tú me protegerás del peligro y me rodearás con cánticos de liberación” (Salmo 32:7).
- “Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo; cuando cruces los ríos, no te cubrirán sus aguas; cuando camines por el fuego, no te quemarás ni te abrasarán las llamas” (Isaías 43:2).
- “No temerás el terror de la noche, ni la flecha que vuela de día, ni la peste que acecha en las sombras ni la plaga que destruye a mediodía” (Salmo 91:5, 6).
El presagio parece sumamente optimista, pero choca de frente con la realidad innegable. El coronavirus no entiende de distinciones de ningún tipo, afectando a creyentes y no creyentes por igual.
Todo se resume a dos opciones:
- o se cuestiona la genuinidad de la fe de quienes contraen la enfermedad
- o se objeta la fiabilidad de la Biblia. Aunque quizás no sea mala idea pensar en otra alternativa.
¿Dios “provee todo”?
La forma en la que se entiende y, por ende, se practica la fe suele variar mucho de una persona a otra. Cuando se la asocia con la idea de prosperidad y seguridad terrenal absoluta, es habitual que venga acompañada de un sentimiento de invencibilidad que a veces hasta resulta presuntuoso y desafiante.
En el mes de mayo, el evangelista Rich Vera, quien afirma haber recibido un llamado de Dios a predicar y realizar sanaciones milagrosas, invitaba a los oyentes de una de sus conferencias en el estado de Florida, EE.UU., a acercarse a él sin temor, asegurando: “No hay coronavirus aquí”.
Esta escena se repitió de diferentes maneras en aquellas comunidades religiosas que apoyaron un regreso rápido a los templos y tomaron a la ligera las restricciones contra el covid-19.
En América Latina tampoco faltaron las congregaciones que se manifestaron en contra del confinamiento y se resistieron a abandonar sus reuniones presenciales.
Cecília Mariz, profesora de Sociología de la Religión en la Universidad del Estado de Río de Janeiro, analizó esta situación entre las iglesias evangélicas de su país.
“Creen que Dios puede resolverlo. La idea es que ‘Dios provee todo’ y no precisas hacer aislamiento”, expresó.
El debate ahora radica en interpretar a qué se debe llamar fe en un contexto como el de esta pandemia.
Del siglo XVI hasta hoy
Si de confianza en el poder divino se trata, uno de los referentes a recordar es el monje alemán que se convirtió en el campeón teológico de la Reforma protestante.
En 1527 se produjo un rebrote de la peste bubónica en Wittenberg y algunas ciudades aledañas. En respuesta a las consultas del reverendo Johann Hess, Martín Lutero escribió una carta titulada “Sobre si se debe huir de una plaga mortal”.
En ella, el reformador insta a quienes ocupan roles de servicio a permanecer en su lugar y exhorta a los ministros a “mantenerse firmes ante el peligro de la muerte”.
Pero este llamado a mostrar valor no implica una actitud imprudente.
Lutero critica duramente a quienes “no evitan los lugares y las personas infectadas por la peste, pero se burlan de ella con ligereza y desean demostrar su independencia”, sosteniendo que si Dios “quiere protegerlos, puede hacerlo sin medicinas o sin nuestro cuidado”.
Hacia el final de la carta, resume su postura personal con su habitual estilo contundente:
“Por lo tanto, pediré a Dios que nos proteja misericordiosamente. Entonces fumigaré, ayudaré a purificar el aire, administraré medicinas y las tomaré. Evitaré los lugares y personas donde mi presencia no sea necesaria para no contaminarme y así, tal vez, infectar y contaminar a otros, causándoles la muerte como resultado de mi negligencia. Si Dios quiere llevarme, seguramente me encontrará y he hecho lo que esperaba de mí, por lo que no soy responsable ni de mi propia muerte ni de la de otros. Si mi vecino me necesita, sin embargo, no evitaré el lugar o la persona, sino que iré libremente, como ya he dicho. Mira, esta es una fe temerosa de Dios porque no es ni descarada ni temeraria y no tienta a Dios”.
Los misterios de la Providencia
La relación entra la confianza en Dios y la sensatez es irrefutable. Pero, hasta aquí, la incógnita en cuanto a la certidumbre de las promesas de protección divina sigue vigente.
“Podrán caer mil a tu izquierda, y diez mil a tu derecha, pero a ti no te afectará”: ¿Se aplica a todos los creyentes fieles en todo tiempo y lugar?
“En ocasiones, un texto mal comprendido o mal aplicado puede generar daño o incomprensión en la otra persona” señala Daniel Bosqued, Doctor en Teología con especialidad en Nuevo Testamento y Licenciado en Psicología.
Realizar una interpretación irrestricta del Salmo 91 equivaldría a ignorar la evidencia histórica. Los discípulos de Cristo y hasta el mismo Jesús sufrieron persecuciones, torturas y muerte.
No es un detalle menor que Satanás haya tergiversado este pasaje para tentar al Mesías, alentándolo a manifestar una actitud temeraria para desafiar la voluntad divina (Mateo 4:6).
Por supuesto que el creyente puede apropiarse de las promesas de Dios ahora, pero debe recordar que “tienen lugar en medio de la llamada ‘providencia divina’, que va obrando de forma misteriosa, tejiéndose en la historia como para conseguir cumplir el propósito último de Dios”.
El Salmo 91 contiene una referencia implícita al tiempo de angustia mencionado por el profeta Daniel.
Se trata de un breve período de tiempo previo al regreso de Cristo. Cada ser humano ha tomado la decisión en relación a su destino eterno, sea para muerte o para vida.
Las plagas descritas en Apocalipsis caen sobre el planeta, pero los justos son preservados por Dios al igual que el pueblo de Israel en Egipto.
Pero, aunque ese momento aún no ha llegado, eso no significa que las palabras inspiradas del salmista carezcan de validez para la actualidad.
Pase lo que pase
“La promesa de restauración definitiva no es aquí. El Reino de los cielos no es de esta realidad, es de otra realidad. Por eso, lo importante es vivir con Dios en las dos realidades, en la de aquí y en la de verdad”, observa Bosqued.
Es por eso que los jóvenes hebreos en Babilonia obedecieron a Dios sin importar las consecuencias (Daniel 3:17, 18), y es por eso también que el rey David recordó la compañía divina en los valles tenebrosos de la vida (Salmo 23:4).
Porque “no tiene más fe el que cree que no le va a pasar nada. Tiene más fe el que confía en Dios pase lo que pase”.
Ejercer la fe es, en definitiva, aprender a habitar al abrigo del Altísimo ante la frialdad de la desgracia y a la sombra del Omnipotente, en el calor de la prueba.