200 años del fallecimiento de un patriota latinoamericano, Manuel Belgrano. Pero ¿qué sabemos de Belgrano?
Cuando él nació no existía aún la Argentina sino el Virreynato del Río de la Plata. Al contrario, Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano fue cofundador de las emancipadas Provincias Unidas del Río de la Plata. Además, se lo venera en la Argentina como el creador de la bandera nacional, que desplegó por primera vez en Rosario, el 27 de febrero de 1812, acto desautorizado en aquel momento por el gobierno de las Provincias Unidas.
Esta decisión, y otras que ejecutó Belgrano en sus vertiginosos 50 años de vida (Buenos Aires, Virreinato del Perú, Imperio español, 3 de junio de 1770 — Buenos Aires, Provincias Unidas del Río de la Plata, 20 de junio de 1820), lo demostraron, una y otra vez, como un personaje apasionado, de un coraje y una decisión admirables.
Hombre de Estado (fue nombrado secretario “perpetuo” del Consulado de Comercio de Buenos Aires en 1794, defensor permanente del librecambismo por lo que se enfrentó con los vocales del Consulado, grandes comerciantes interesados en mantener el comercio monopólico con Cádiz, cabecera del comercio monárquico con las colonias americanas; dejó su impronta en la fundación de la Escuela de Náutica, la Academia de Geometría y Dibujo, la Escuela de Comercio, y la de Escuela de Arquitectura y Perspectiva), también fue impulsor de ideas en un rol de cofundador del primer periódico de Buenos Aires, el Telégrafo Mercantil (no es cierto que la Gazeta de Buenos Ayres fuese el pionero), y columnista en el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, de Hipólito Vieytes, participó activamente de las milicias urbanas contra las revoluciones inglesas y luego fue sargento mayor del Regimiento de Patricios.
Coprotagonista de la Revolución de Mayo, en 1810, integró el colectivo llamado ‘Primera Junta de Gobierno‘, y luego, pese a ser abogado sin formación militar y cargando problemas de salud que ya acumulaba desde 1791 -unos dicen que inicialmente fue sífilis pero otros hablan de un reumatismo crónico-, dirigió campañas muy intensas contra las fuerzas de la monarquía española, como comandante en grandes batallas, en unas victoriosas y en otras derrotado.
Sin embargo, poco se conoce de otros aspectos de la vida intensa de Manuel Belgrano.
Por un lado, su vida sentimental: pareja de María Josefa Ezcurra, cuñada de Juan Manuel de Rosas y separada de Juan Esteban de Ezcurra. Con Belgrano, ella tuvo un hijo bautizado Pedro Pablo, más tarde adoptado por su tía materna, Encarnación Ezcurra, esposa de Rosas. El hijo de Manuel Belgrano fue el coronel Pedro Rosas y Belgrano, secretario privado de Rosas, luego juez de paz y poderoso hacendado en Azul, nexo con los pueblos indígenas de la frontera sur, a quien Justo José de Urquiza mantuvo en su cargo, y años después cuando al terminar la Batalla de Pavón se pedía su fusilamiento, Bartolomé Mitre respetó su vida en memoria de su padre Manuel.
Por otra parte, sus ideas monárquicas -que Belgrano compartía con José Francisco de San Martín y Matorras cómo herramienta contra el caudillismo caótico-; su extraordinaria austeridad y honestidad -virtudes que también compartía con San Martín-; y algo más desconocido aún: sus intensas creencias religiosas, en las que también demostró una autonomía y valentía notables.
Lacunza
Para conocer esta historia es necesario rescatar a Manuel de Lacunza y Díaz (Santiago de Chile, 19 de julio de 1731 — Imola, Italia, 18 de junio de 1801), un sacerdote y teólogo jesuita, hijo de acaudalados comerciantes especializados en el intercambio entre Chile y el Perú (Virreynato del Perú).
A causa de la expulsión de los jesuitas por orden del rey Carlos III de España, Lacunza terminó en la ciudad italiana de Imola, y su exilio se complicó por las prohibiciones de celebrar misa y administrar sacramentos que el papa Clemente XIV impuso a los jesuitas. Además, la declinación de su situación económica porque sus finanzas familiares entraron en declive y las remesas de dinero que le enviaban comenzaron a escasear.
En 1773, por medio de la breve apostólico ‘Dominus ac Redemptor‘, el pontífice de Roma disolvió la Compañía de Jesús, y Lacunza fue apenas un clérigo seglar por decreto.
En semejante situación, él realizó un trabajo teológico que presentó primero en un folleto de 22 páginas, conocido como ‘Anónimo Milenario’, que llegó a circular en América del Sur, provocando acalorados debates teológicos en la ciudad de Santa María del Buen Ayre.
Sus opositores lo denunciaron, y lograron que la Inquisición prohibiera el texto. Pero Lacunza continuó adelante con sus convicciones espirituales y en 1790 culminó los tres tomos de su obra ‘Venida del Mesías en gloria y magestad’.
Durante los 11 años finales de su vida, Lacunza realizó intensos e infructuosos intentos de conseguir autorización para imprimir su obra.
Recién en 1812, pese a las prohibiciones anteriores, ‘Venida del Mesías en gloria y magestad’ fue publicada en Cádiz bajo el pseudónimo de Juan Josafat Ben-Ezra.
En 1816 hubo otra edición en idioma castellano, impresa en Londres, capital del Reino Unido, financiada íntegramente por Manuel Belgrano.
El asunto escaló y resultó un escándalo, de inmediato aquella edición fue denunciada ante tribunales españoles y la Sagrada Congregación del Índice. Los críticos -todos católicos apostólicos romanos apegados a las enseñanzas convencionales y no bíblicas de la época- lograron en enero de 1819 que se incluyera a la edición que financió Belgrano en el Index Librorum Prohibitorum, de la Santa Inquisición.
Hay dos concepciones que son el fundamento de las elucubraciones teológicas de Lacunza, que compartía Manuel Belgrano.
- En primer lugar, el rechazo a la idea del «fin del mundo» como un momento de aniquilación o destrucción de lo creado.
- En segundo lugar, que las expresiones bíblicas «fin del siglo presente» y «fin del mundo» se refieren a dos momentos diferentes.
El «fin del siglo presente» o «Día del Señor» es el final de una etapa de la historia humana, clausurada por la venida de Jesús y el inicio de su reino en la Tierra, acompañada por el consiguiente juicio divino a los vivos.
Este momento estaría también marcado por la reconversión del pueblo judío.
A partir de entonces habría de instaurarse una nueva sociedad, marcada por un reino de mil años de justicia y paz.
Lacunza entendía que se podía esperar, para el periodo previo al «Día del Señor», una apostasía generalizada de la Iglesia Católica, que pasaría a formar parte del Anticristo, que él interpretaba no como un individuo sino como «cuerpo moral» integrado por todos los apóstatas y ateos de la Tierra.
Este punto de su teología era especialmente polémico al prever que la Iglesia oficial se pondría del lado equivocado en el último combate entre el Bien y el Mal. Este punto fue, en definitiva, el que le valió la condena vaticana de su obra.
Por «fin del mundo», Lacunza entendía la resurrección de los muertos y el Juicio Final, comprendido como una transmutación del mundo físico al plano de lo eterno. Este suceso debía ocurrir, según él, tras los mil años de reino terrenal de Cristo.
Si bien, la Iglesia Católica tradicional se hizo cargo de la memoria y el cuerpo de un personaje tan especial como lo fue Belgrano, al punto que sus cenizas descansan en el atrio de la Basílica de Nuestra Señora del Rosario y Convento de Santo Domingo, nadie de la época desconocía sus creencias.
Testimonios
El historiador Juan Carlos Priora presentó un trabajo sobre esta cuestión en las IV Jornadas de Comunicación de la Universidad Nacional del Litoral.
Priora señala que el conocimiento de la obra de Lacunza llegó a Belgrano a través del sacerdote dominico fray Isidoro Celestino Guerra, prior del Convento de Santo Domingo, profesor y arquitecto, que abrazó la causa de la Revolución y era vecino y amigo de la familia Belgrano, que vivía en el solar que hoy se identifica con el N° 430 de la Avenida Belgrano, en Ciudad de Buenos Aires.
Guerra falleció en 1820 también, un mes antes que Manuel.
Guerra tenía la copia manuscrita más prolija y exacta de todas las que circulaban por Buenos Aires de la obra de Lacunza, al punto que fue el texto que llevó Belgrano a Londres para la impresión que financió.
El motivo por el que Belgrano asumió ese riesgo, cuenta Priora, fue porque apareció otra copia de la obra de Lacunza, que el presbítero Bartolomé Doroteo Muñoz, primo hermano del general Tomás Guido, donó a la Biblioteca de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
La donación fue de dos tomos, o sea la obra incompleta.
Belgrano descubrió que al menos el Tomo 1 de la obra tenía muchas diferencias respecto del que había leído de su amigo Guerra, que era muy exacto respecto del original.
¿Cómo se sabe que Belgrano fue el anónimo editor de la obra impresa en Londres?
Dos cartas de Fray Cayetano Rodríguez (1761-1823) al futuro congresal y obispo, el presbítero José Agustín Molina.
- Una, fechada el 15 de enero de 1815, expresa:
“Dile a Moure, que Belgrano ha caminado a Londres [había partido el 28 de diciembre de 1814]; lleva consigo la obra del milenario del P. Guera para hacerla imprimir. Este es tiro hecho’”.
- En la segunda, fechada el 10 de abril de 1820, le informa que el padre Isidoro C. Guerra va a morir y al mencionarle algunos de los cargos que desempeñó, agrega:
“Con Belgrano trabajó por la edición y difusión de la afamada obra ‘La Venida del Mesías en Gloria y Majestad. Londres 1816‘”.
Luego, el testimonio de Juan Ignacio de Gorriti (1770-1842), autor de “Reflexiones sobre las causas morales de las convulsiones internas en los nuevos estados americanos, y examen de los medios eficaces para reprimirlas”, publicada por la imprenta del Mercurio de Valparaíso, Chile, en 1836.
En el parágrafo 24, titulado: “De las otras ciencias que deben adornar a los que aspiran al estado eclesiástico”, Gorriti elogia y recomienda la obra de Lacunza con estas palabras:
“Para fortificarse contra las dudas y temores de que acabo de hablar, aconsejo al joven eclesiástico que lea y haga un estudio formal de la obra del incomparable americano Lacunza, honra no solo de Chile que fué su patria, sino de todo nuestro continente: titulada ‘La Segunda venida del Mesías en gloria y magestad’, por Juan Benjamín Aben Esra, impresas en Londres á expensas del general Don Manuel Belgrano”.