«Cuando toda la gente se enteró de que Jesús había llegado, corrieron en masa para verlo a él y también a Lázaro, el hombre al que Jesús había resucitado de los muertos.
Entonces los principales sacerdotes decidieron matar a Lázaro también,
ya que a causa de él mucha gente los había abandonado a ellos y ahora creían en Jesús.
(…) Muchos de la multitud habían estado presentes cuando Jesús llamó a Lázaro de la tumba y lo resucitó de los muertos, y se lo habían contado a otros.
Por eso tantos salieron a recibir a Jesús, porque habían oído de esa señal milagrosa.
Entonces los fariseos se dijeron unos a otros: «Ya no hay nada que podamos hacer. ¡Miren, todo el mundo se va tras él!».
Juan 12:9-11 y 17-19
El capítulo 11 del Evangelio de Juan relata la resurrección de Lázaro, unas de las vivencias más importantes que ocurrieron durante el ministerio de Jesús.
Éste Evangelio se caracteriza por las marcadas diferencias estilísticas y temáticas, y también por las divergencias en su esquema cronológico y topográfico respecto de los otros tres: Mateo, Marcos y Lucas.
El Evangelio de Juan contiene pasajes sin equivalente en los otros evangelios canónicos, y aún aquellos con cierta similitud son presentados de forma diversa en cuanto al contenido, lenguaje, expresiones y giros con que predicó Jesús de Nazaret y los lugares de su ministerio.
El investigador de Estudios Judíos y Cristianos, Eli Lizorkin-Eyzenberg, le concede mucha importancia al significado de los nombres del relato:
** Lázaro en hebreo es Eliezer, o sea “Dios te ayudará“.
** Lázaro reside en Betania, en hebreo Beit Aniah, que significa “Casa de los Pobres“.
** Betania, no lejos de Jerusalén, es probable que fuera uno de los centros diaconales esenio-judíos. Estos centros se extendían por todo el antiguo mundo judío.
Los esenios
Según Lizorkin-Eyzenberg, quien dirige el Instituto de Estudios Bíblico de Israel, “parece que hay una fuerte conexión entre los sectores de la comunidad esenia y los primeros creyentes judíos en el movimiento de Jesús.”
“Esenios” podía ser una referencia al griego ‘hasidei‘ (‘piadosos’), en arameo ‘hesé’. Escritos árabes se refieren a ellos como ‘magaritas’ (‘de las cuevas’). Se ha propuesto también que el nombre proviene del hebreo ‘asaim‘, esto es “hacedores”, ya que ellos decían “Si la Toráh lo dice, lo hacemos”.
Tras la Revuelta Macabea (166 a.C. / 159 a.C.), que habían apoyado pero cuyos resultados no compartieron, los esenios se retiraron a «preparar el camino del Señor».
Se sostiene también que el nombre proviene de la palabra siriaca “asaya”, o sea médicos, porque su único ministerio, para el público, era el de curar las enfermedades físicas y morales.
“Estudiaban con gran cuidado”, escribió el historiador Josefo, “ciertos escritos de medicina que trataban de las virtudes ocultas de las plantas y de los minerales“.
En las murallas de Jerusalén se encontraba la «puerta de los esenios», ya encontrada ya por los arqueólogos, y había un «barrio de los esenios», con unos 4.000 residentes.
En la historia bíblica hay dos Betania, (Beth anya, “casa de frutos” aunque otros la vinculan al griego y sería “casa de aflicción“):
** La aldea en la falda oriental del Monte de los Olivos, a casi 3 km al este de Jerusalén, en el camino a Jericó, hoy día conocida como Al Azariyeh (quiere decir en árabe, “Sitio de Lázaro“). Fue el lugar de residencia de Marta, María y su hermano resucitado por Jesús. También vivió en la aldea Simón el leproso. La ascensión de Jesús ocurrió no lejos de esta aldea (Lucas 24:50, 51).
** Lugar al este del río Jordán donde bautizaba Juan el Bautista (Juan 1:28)
Betania no se encontraba lejos de Jerusalén. Aquella primera tumba de Lázaro, en Betania, sigue siendo un lugar de peregrinaje hoy en día.
Curiosidades
Curiosidad 1: En el capítulo 11, el relato de Juan comenta un hecho que recién sucede en el capítulo 12 (cuando María ungió los pies de Jesús con un costoso perfume). Esto podría explicarse porque Juan dictó su Evangelio después de los otros evangelios, y la historia ya era familiar a muchos cristianos o porque la historia había circulado por la tradición oral y Juan asumía que ya era familiar.
Curiosidad 2: En Juan 1:4-5 se lee: “La Palabra le dio vida a todo lo creado, / y su vida trajo luz a todos. / La luz brilla en la oscuridad, / y la oscuridad jamás podrá apagarla.” En la curación al hombre ciego de nacimiento, Jesús le concedió luz; y en resurrección de Lázaro, le otorgó vida. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Además, en ambos casos, las curaciones fueron para la gloria de Dios (Juan 9:2-3 y Juan 11:4).
Curiosidad 3: En el caso de Lázaro, cuando le llegó el mensajero con la noticia de que su amigo estaba muy enfermo, Jesús decidió quedarse dos días más. En el evangelio de Juan, hay tres ocasiones en las que alguien querido y cercano a Jesús le pide algo (los otros dos son: cuando María, su madre, le pide que consiga el vino en Caná; y cuando sus hermanos le dicen que fuese a Jerusalén para el Festival de las Enramadas).
En cada uno de estas tres ocasiones Jesús respondió de la misma manera.
** Inicialmente, él se rehusó a otorgarles lo que pedían, pero después lo hizo dejando claro que Él hace las cosas de acuerdo al tiempo y voluntad de Dios, no del hombre.
** Jesús demostró que sus retrasos no eran negativas. El tiempo elegido traería mayor gloria a Dios.
Pregunta: ¿Jesús podría haber resucitado a Lázaro a la distancia?
Respuesta: Sí, lo había hecho con el hijo del centurion romano.
Sin embargo, Jesús quería ir a Judea, a pesar de que era peligroso para él. Jesús caminaba con la seguridad de alguien que confía totalmente en Dios.
Tomás, llamado Dídimo, le dijo a sus condiscípulos: “Vamos también nosotros, para que muramos con él.”
Al igual que los otros discípulos, Tomás -tradiciones orales dicen que le llamaban “Dídimo” (gemelo, en arameo) porque él se parecía a Jesús, lo cual lo ponía en riesgo-, no entendía todo lo que Jesús decía. Pero sí estaba dispuesto a morir con y por Jesús.
El 4to. día
Jesús aclaró a sus discípulos que su amigo Lázaro había muerto.
Los judíos enterraban rápidamente a sus muertos, por lo general el mismo día del fallecimiento.
Los motivos para la prisa:
** los cadáveres se descomponen pronto en el clima cálido de Oriente Medio, y
** dejar un cadáver sin sepultar era —según el pensamiento de la época— una deshonra para el difunto y su familia.
Los Evangelios y el libro de Hechos relatan al menos cuatro entierros que ocurrieron el mismo día de la muerte (Mateo 27:57-60; Hechos 5:5-10; 7:60–8:2).
Siglos antes, Raquel, la esposa de Jacob o Israel, falleció mientras estaba de viaje con su esposo y su familia. En lugar de volverse para enterrarla en la tumba familiar, Jacob le dio sepultura “en el camino a […] Belén” (Génesis 35:19, 20, 27-29).
Es importante, en el versículo 17, la declaración de Juan que cuando Jesús llegó a Betania ya era el 4to. día.
Esto explica por qué motivo, después de escuchar la noticia de que Lázaro estaba muy enfermo, Jesús “se quedó dos días más en el lugar donde estaba” (Juan 11:6).
Jesús sabía cuánto tiempo demoraría en viajar a Betania. Él estaba decidido a llegar pero era importante que fuese en el 4to. día, y no antes.
Una tradición rabínica consideraba que la corrupción de la muerte comenzaba a ser efectiva en los cadáveres después del 3er. día. Era una superstición judía de aquel tiempo, que decía que el alma permanecía cerca de la tumba por tres días, esperando regresar al cuerpo.
Por lo tanto, se entendía que recién después de cuatro días no había ninguna esperanza de resucitación.
Los “hoi ioudaioi”
Lázaro era muy respetado por los “hoi ioudaioi“. Muchos de ellos llegaron a llorar junto con Marta y María.
Hay alrededor de 180 menciones de “hoi ioudaioi” en el Nuevo Testamento, más de 150 de las cuales están en Juan y Hechos de los Apóstoles. En estos dos libros, la frase se usa para identificar y caracterizar a aquellos que se oponen a Jesús y / o al movimiento iniciado por aquellos judíos que se convirtieron en seguidores de Jesús.
Era importante que Jesús hiciera su apelación final contra la incredulidad de la élite sacerdotal de Jerusalén, resucitando a un miembro respetado por la sociedad religiosa de Jerusalén.
La ‘Shiva‘ es el período de luto de 7 días observado después del entierro.
Mientras se guarda ‘Shiva‘, los dolientes podrían evitar salir de la casa. El propósito de la ‘Shiva‘ es reconocer, en lugar de reprimir, los sentimientos de dolor y tristeza.
De Jerusalén habían llegado para acompañar a Marta y María durante la ‘Shiva‘, y estaban en la casa de la familia.
Entonces llegó Jesús. Marta salió a su encuentro:
Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará.”
Marta le dijo: “Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero”.
Ella probablemente pensó: “Jesús parece estar diciendo que mi hermano resucitará, pero podría estar refiriéndose a un futuro lejano”.
Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?”.
El punto de Jesús era concreto. Marta, y quienes habían llegado desde Jerusalén, debía comprender cuál era la identidad de Jesús: “Yo soy la Resurrección y la Vida”.
Al parecer, Jesús se quedó fuera de la aldea por un tiempo suficiente para que ocurrieran reuniones y conversaciones.
Luego llegó María, seguida por los “hoi iouidaioi“, que estaban dentro de la casa acompañando en el duelo, y creían que ella iba al sepulcro y por ese motivo habían ido detrás de María. Los “hoi iouidaioi” apreciaban a Lázaro por su servicio a la comunidad de los pobres.
Todos juntos terminaron frente a la tumba de Lázaro, en las afuerzas de Betania.
“Ven fuera”
En la cultura judía, hay una fuerte creencia de que si el justo muere, el mundo sufre una pérdida, se inclina la balanza del bien y del mal, por lo menos en ese momento, hacia el mal.
Los relatos bíblicos sobre los rituales funerarios revelan lo meticulosos que eran los judíos al preparar los cadáveres para su entierro.
Parientes y amigos bañaban el cuerpo del difunto, lo impregnaban con especias aromáticas y buen aceite y lo envolvían en telas (Juan 19:39, 40; Hechos 9:36-41).
Los vecinos y otras personas iban a expresar su dolor y a consolar a la familia (Marcos 5:38, 39).
Los judíos del siglo I d.C. enterraban a la gente dos veces.
Cuando alguien moría el cuerpo era envuelto en un paño y se colocaba en una cueva durante un período prolongado de tiempo.
Después de que el cuerpo decaía y sólo permanecían los huesos, eran recolectados en una caja especial llamada ‘osario‘, que era colocado junto a otros osarios de miembros de la familia, y ubicado en una tumba familiar.
Jesús, al darse cuenta de que el primer entierro ya había ocurrido, preguntó dónde habían puesto el cuerpo.
Ellos respondieron: “Señor, ven y ve”.
Ninguna otra sección de las Escrituras muestra a Jesús tan emocionado. Jesús lloró, a pesar de que él sabía que iba a resucitar a Lázaro.
A la vez, se puede observar la crisis de los “hoi ioudaioi” respecto de Jesús. Muchos de los que vinieron a consolar a la familia de Lázaro estaban moviéndose hacia una visión positiva de Jesús: “¿No podía éste, que abrió los ojos al ciego, haber hecho también que Lázaro no muriera?”. Ellos reconocían la capacidad de Jesús de producir una sanación. Estaba ocurriendo un cambio en la percepción de Jesús. Eran las vísperas de un desastre irreparable para el Sanedrín.
El razonamiento es muy lógico. Si Jesús pudo dar la vista al ciego de nacimiento que nunca había visto la luz, sin duda podría haber dado la curación de un hombre que estaba enfermo. Ahora bien, ¿qué ocurriría con ellos si Jesús iba más allá de sus expectativas?
Ninguno de ellos se dio cuenta de lo que Jesús estaba a punto de hacer.
A. T. Robertson recuerda en su obra “Imágenes verbales en el Nuevo Testamento”: “(…) ‘Taphos’ (sepulcro) presenta la idea de sepultura (‘thaptō’, sepultar) tal como en Mt. 23:27; pero ‘mnēmeion’ (de ‘mnaomai’, ‘mimnēskō’, recordar) es [una memoria] (un sepulcro como un monumento)”.
Esta clase de tumba podía ser una sepultura excavada en el suelo o, como a menudo era el caso entre los hebreos, una cueva natural o un panteón labrado en la roca. De ese modo seguían la tradición introducida por los patriarcas. Abrahám, Sara, Isaac y Jacob, entre otros, fueron sepultados en la cueva de Macpelá, cerca de Hebrón (Génesis 23:19; 25:8, 9; 49:29-31; 50:13).
Los sepulcros judíos solían construirse a las afueras de las ciudades. Todas las referencias a las tumbas en las Escrituras parecen ubicarlas a las afueras de las ciudades, excepto la referencia a la tumba de David que aparece en Hechos 2:29.
Aunque servían de recuerdo del fallecido, las tumbas conmemorativas judías no solían adornarse en forma ostentosa. Las sepulturas judías más antiguas que se han encontrado se caracterizan por su sencillez.
Algunas pasaban tan inadvertidas que la gente podía caminar sobre ellas sin darse cuenta (Lucas 11:44). La religión judía no les permitía venerar a los difuntos ni fomentaba la creencia en una existencia posterior a la muerte en la región de los espíritus, ideas en las que sí creían los egipcios, cananeos y babilonios.
Por este motivo, la costumbre de los pueblos paganos vecinos era adornar las tumbas tan lujosamente como las circunstancias lo permitiesen.
Con el tiempo, sin embargo, algunos judíos se desviaron. Por influencias de Grecia y Roma, la tendencia de la clase acaudalada en aquel tiempo era hacerse tumbas más pretenciosas. Jesús se los reprochó cuando dijo que los escribas y fariseos tenían por costumbre adornar las tumbas conmemorativas de los profetas y otros. (Mateo 23:29, 30.)
La tumba de Lázaro era la típica tumba judía: una cueva con una piedra que obstruía la entrada, que, a juzgar por otras tumbas halladas en Palestina, debió haber sido relativamente pequeña. (Juan 11:30-34, 38-44.)
Algunas tumbas incluían un túnel para llegar al lugar real donde se depositaban los cadáveres. Por este motivo no es de extrañar que, cuando la piedra que funcionaba como una puerta, fue removida, Jesús llamó a Lázaro en voz alta. Esto no era para hacer el evento más dramático sino para que Lázaro resucitado pudiese oír físicamente la voz de la vida.
Juan fue un testigo ocular que estaba preocupado por los detalles.
Él menciona algo que ningún otro Evangelio dice. Lázaro, cuando salió de la tumba, no estaba cubierto con un pedazo de tela, sino con dos. Su rostro tenía una tela que estaba separado de la cubierta del cuerpo.
Hoy, cuando se han descubierto antiguos entierros judíos, se confirma esta descripción.
Nicolas Sylvestre Bergier:
La conspiración
José ben Caifás o Yosef Bar Kayafa fue nombrado Sumo Sacerdote por el procurador romano de Judea, Valerio Grato, en reemplazo de Simon ben Camithus.
Casado con la hija de Anás, un poderoso ex Sumo Sacerdote, Caifás se mantuvo como máxima autoridad religiosa judía durante toda la administración de Poncio Pilato, sucesor de Grato, ocupando el cargo durante 18 años.
El matrimonio posiblemente se concertó años antes de la boda debido al interés de las dos casas por establecer una firme alianza. Tal unión exigía, en forma previa, investigar sus genealogías a fin de confirmar la pureza de su linaje sacerdotal. Tan cuidadosos de las genealogías, resultó que nunca estudiaron la de su archienemigo, Jesús de Nazareth.
Por lo visto, ambas familias pertenecían a la aristocracia, y es probable que sus fortunas procedieran de grandes propiedades situadas en la región de Jerusalén.
Sin lugar a dudas, Anás querría estar seguro de que su futuro yerno fuera un aliado político de confianza; además, ambos pertenecían a la poderosa secta de los saduceos (Hechos 5:17).
Como miembro de una prominente familia sacerdotal, Caifás debió de recibir una sólida instrucción religiosa sobre las Escrituras y su interpretación. Es probable que su servicio en el templo empezara cuando contaba 20 años, aunque se desconoce a qué edad llegó a ser sumo sacerdote.
El sumo sacerdocio siempre había sido un cargo hereditario y vitalicio, pero los Asmoneos -sucesores directos de los Macabeos- lo usurparon en el siglo II a.C. Con la excepción de la reina Salomé Alejandra, los Asmoneos se pusieron de parte de la secta sacerdotal de los saduceos y en contra de los fariseos.
Quien llegó al poder más adelante, Herodes el Grande nombraba y destituía a los sumos sacerdotes, mostrando así que era él quien controlaba ese puesto. Y los gobernadores romanos siguieron ese mismo patrón.
Por este motivo, entre los judíos se formó un grupo al que la Biblia llama “sacerdotes principales” (Mateo 26:3, 4), en el que estaban Caifás, Anás, y familiares cercanos tanto del sumo sacerdote del momento como de otros que lo habían sido con anterioridad.
Los romanos permitían que los miembros de la aristocracia judía, entre ellos los sacerdotes principales, se encargaran de la administración cotidiana de Judea.
De esta forma, Roma controlaba la provincia y se aseguraba el cobro de los impuestos sin necesidad de desplazar muchos soldados a la zona. Se esperaba de la jerarquía judía que mantuviera el orden y defendiera los intereses romanos.
A pesar de que los gobernadores del imperio sentían poca simpatía por los líderes judíos, y estos, a su vez, se sometían a regañadientes a su dominación, a ambas partes les interesaba cooperar para mantener un gobierno estable.
Quirinio, gobernador romano de Siria, había designado a Anás para ocupar dicho cargo en el año 6 d.C. Y fue Sumo Sacerdote hasta el año 15.
Entre el año 15 y el 16, fue Ismael ben Fabus I, nombrado por Valerio Grato.
Entre el 16 y el 17, Eleazar ben Hanania, también nombrado por Valerio Grato.
Entre 17 y 18, Simon o Ismael ben Camithus -evidentemente, Valerio Grato no conseguía uno de su satisfacción-.
Inclusive, Josef ben Camithus, reemplazó a su padre pero sólo durante un día.
En cambio entre 18 y 36, fue Caifás, yerno de Anás. Para el tiempo de Jesús, Caifás era el líder político de los judíos. Y resultaba evidente que él temía que ese liderazgo le fuese disputado por Jesús.
Su larga permanencia en el sumo sacerdocio es un indicio más que significativo de que él mantenía unas relaciones muy cordiales con la administración romana.
En los escritos de Flavio Josefo se mencionan en varias ocasiones los insultos de Poncio Pilato a la identidad religiosa y nacional de los judíos y se identifica a personajes judíos que se alzaron protestando contra el prefecto romano. La ausencia del nombre de Caifás —que era el sumo sacerdote en ese momento— entre los que se quejaron de los abusos de Pilato, pone de manifiesto las buenas relaciones que había entre ambos.
Sin duda que este vínculo habilitó la negociación para la ejecución de Jesús, que no convencía inicialmente a Pilato.
En su condición de saduceo, Caifás no creía en la resurrección de los muertos, al contrario que los fariseos.
Según el Evangelio de Juan, las noticias sobre la resurrección de Lázaro realizada por Jesús, llevadas a Jerusalen por quienes venían de Betania, alarmaron a los integrantes del Sanedrín al punto que se reunió en una sesión extraordinaria, para decidir qué harían con Jesús.
La reunión estuvo presidida por Caifás, en calidad de Sumo Sacerdote en funciones.
No obstante, su suegro Anás, también influyó en la resolución del caso.
La reunión es recordada por la famosa frase de Caifás acerca de Jesús:
“…conviene que muera uno solo por el pueblo y no perezca toda la nación”.
“Es seguro que a Caifás le disgustaba profundamente Jesús”, explicó David Flusser, profesor de religión en la Universidad Hebrea, especializado en el estudio de los primeros tiempos de la cristiandad, cuando en 1992 se encontró el sepulcro de Caifás. “Él vio en Jesús un peligro para su liderazgo”.
Enterrados en una vieja cueva escondida en las faldas de Jerusalén, se encontraron, a comienzos de la década de 1990, en muy buen estado de conservación 12 osarios de piedra caliza, según explicó Zvi Greenhut, arqueólogo jefe de Jerusalén.
Tal como era costumbre en la época, los cuerpos fueron depositados en unos nichos excavados en la cueva y, una vez que la carne se descompuso, los huesos fueron guardados en los osarios.
Uno de ellos llevaba escrito, entre intrincados decorados con forma de rosetas, “Yehosef bar Caiapha” (“José, hijo de Caifás”). Esto ayudó a la identificación de los osarios.
Caifás garantizaba a Anás una enorme influencia, al punto que cuando fue detenido Jesús, lo llevaron primero a la casa de Anás y luego a la de Caifás. El dato no es menor: Jesús cuestionó la interpretación que la jerarquía judía hacía del sábado y expulsó a los mercaderes y cambistas del templo acusándolos de convertirlo en una “cueva de ladrones” (Lucas 19:45, 46).
Algunos historiadores creen que los mercados de cambio que había en el templo pertenecían a la casa de Anás.
Resulta interesante que el Sanedrín no pidiera dirección divina antes de tomar sus resoluciones, y que todo fuese un debate secular.
Ellos consideraron que Jesús estaba por declararse monarca, ellos ya no podían impedirlo, y que esa condición provocaría la ira de Roma.
En verdad, ninguno de los actos de Jesús indicaba su deseo de declararse rey o dignatario secular sino que él insistía en su reino era espiritual.
Es evidente que lo que protegía Caifás era el poder, las prebendas, los negocios y otros beneficios de la élite judía, que sí estaban en riesgo. Entonces, él convirtió la ejecución de Jesús en una ‘cuestión de Estado‘, o sea una decisión que desconoce la Justicia, la ética y/o la moral. Malditas las sociedades que para su supervivencia deben apelar a la ‘cuestión de Estado‘.
Las leyendas
¿Qué fue de la vida de Lázaro? No hay otros relatos bíblicos pero sí leyendas.
** Según una tradición que recoge también en la ‘Leyenda Áurea’ (siglo XIII), Lázaro sintió que los judíos lo buscaban para matarlo, ya que predicaba la resurrección de Cristo, y huyó a Chipre, donde fue el primer obispo de la comunidad cristiana de Larnaka / Kittion, nombrado directamente por Pablo y Bernabé.
Esta leyenda dice que su palio episcopal le había sido tejido y entregado por María, la madre de Jesús, y esto reforzó el carácter autocéfalo de la diócesis de Kittion o Larnaca, que había sido dependiente del patriarcado de Jerusalén. La Iglesia de Chipre continúa siendo autocéfala, sin dependencia de ninguno de los patriarcados orientales.
** Según otra tradición, en la persecución luego de la muerte de Cristo, los tres hermanos (Marta, María y Lázaro) huyeron, junto con sus colaboradores domésticos Marcela, Maximino y Celidoni, y con José de Arimatea y otros discípulos, y llegaron hasta las costas de Provenza, desembarcando en la Galia, en lo que hoy es Marsella. Lázaro es venerado como el primer obispo que tuvo la comunidad cristiana de Marsella, y Maximino y Celidoni se los considera los primeros obispos de Ais.
Esta tradición explica que Lázaro murió martirizado en la plaza de Lenche, en Marsella, y fue enterrado fuera de la villa, en una antigua cantera que servía como necrópolis, cerca del Port Vell.