“Padre, decidme qué le han hecho al río que ya no canta.
Resbala como un barbo muerto, bajo un palmo de espuma blanca.
Padre, que el río ya no es el río.
Padre, antes de que llegue el verano, esconded todo lo que esté vivo.
Padre, decidme qué le han hecho al bosque que ya no hay árboles.
En invierno no tendremos fuego, ni en verano sitio donde resguardarnos.
Padre, que el bosque ya no es el bosque. Padre, antes de que oscurezca
llenad de vida la despensa.
Sin leña y sin peces, padre, tendremos que quemar la barca,
labrar el trigo entre las ruinas, padre, y cerrar con tres cerrojos la casa
y decía usted… Padre, si no hay pinos, no habrá piñones, ni gusanos, ni pájaros.
Padre, donde no hay flores, no se dan las abejas, ni la cera, ni la miel.
Padre, que el campo ya no es el campo. Padre, mañana del cielo lloverá sangre.
El viento lo canta llorando. Padre, ya están aquí… Monstruos de carne
con gusanos de hierro. Padre, no, no tengáis miedo, y decid que no, que yo os espero.
Padre, que están matando la tierra.
Padre, dejad ya de llorar, que nos han declarado la guerra.“
Joan Manuel Serrat,
poeta español contemporáneo.
Buscando en el universo infinito de las letras, definiciones con las cuales verbalizar la realidad, me encontré con la sorpresa de que, frecuentemente, solemos caer en la trampa de enunciar nuestras vivencias utilizando palabras, cuyas raíces designan lo opuesto a aquello a lo que queremos hacer referencia; así por ejemplo, cuando aludimos a la convocatoria global, proclamada en estos últimos tiempos, al aislamiento social preventivo –entendido como una restricción imperativa de todo encuentro social y gregario – solemos asociarlo a la aparición de una “pandemia”, del griego πανδημία “Pandēmía”, “reunión del pueblo”, palabra que se deriva en el sintagma “epidemia”, del latín “Epidemia“, y éste del griego, “ἐπιδημία” “epidēmía”; propiamente “estancia en una población”.
Tal como puede apreciarse, ambas acepciones presentan una relación inversamente proporcional con aquello que desatan, entendiéndose que toda palabra crea aquello que designa (Del lat. Designāre, es decir “diseño, creación“), debemos reconocer, al menos, que genera cierta perplejidad.
Discurriendo en estas cuestiones, y producto del aislamiento, me atreví, por pura rebeldía o por desvelo, a repensar a la sociedad en tanto predicativo por antonomasia. No resultó esfuerzo alguno; la sociedad que enuncia comunidad, pocas cosas tiene en común; el leguaje, por ende, no podía quedar fuera de tal dicotomía; la humanidad, legataria del don infinito de poner en palabras lo que siente, aquello que le duele, ama, desea, detesta o aspira, ha ejercido por siglos la tarea de abortar con sus actos, aquello que con su boca, gesto, pluma y silencio enuncia.
Quienes somos no concuerda con quienes decimos que somos; lo que pensamos no se refleja en lo que hacemos; lo que callamos es a menudo lo que gestualmente gritamos…
Se le adjudica a Albert Camus, filósofo nunca más evocado y citado que en estas latitudes y en estos tiempos, una premisa universal, corolario de la esencia humana: “Lo peor de la peste –dicen que él dice- no es que mata los cuerpos, sino que desnuda las almas, y ese espectáculo suele ser horroroso”.
Háyalo escrito, o no, tristemente, la Historia lo confirma.
Desandando las huellas de la humanidad en el terreno fértil de la duda, encuentro que hay coincidencia plena en el obrar humano ante ciertos hitos: toda teogonía, toda cosmogonía y toda antropogonía, acuñadas por las diferentes etnias, en diferentes tiempos y en espacios diversos, relatan un quiebre, un escenario en virtud del cual la cualidad sui géneris del accionar humano se torna universal: la peste.
“Peste“, del lat. “Pestis”, presenta en el Diccionario de la Real Academia Española, nueve entradas:
- f. Enfermedad contagiosa y grave que causa gran mortandad.
- f. Enfermedad, aunque no sea contagiosa, que causa gran mortandad.
- f. Mal olor.
- f. Cosa mala o de mala calidad en su línea.
- f. Cosa que puede ocasionar daño grave.
- f. Corrupción de las costumbres y desórdenes de los vicios, por la ruina que ocasionan.
- f. Coloquial. Excesiva abundancia de cosas en cualquier línea.
- f. Germanismo. Dado de jugar.
- f. Plural. Palabras de enojo o amenaza y execración. Echar pestes.
Como sabemos, cada entrada del diccionario, se cifra numéricamente conforme a la mayor cercanía con su definición en sentido estricto, luego se extiende al sentido amplio, por extensión, por asimilación, connotación, etc. No obstante, y en ajuste al contexto del COVID-19, al menos en este caso, cada una de las entradas guarda estrecha relación con sus inmediatas anteriores y posteriores, componiendo una trama, cuya urdimbre la humanidad ha ido tejiendo desde su génesis, a voluntad.
He aquí una de las múltiples formas de desovillar la madeja, aleatoriamente por esta vez.
Les invito hagan la propia. Aquí va la mía.
Se echó a volar el dado de hacer la historia, entonces, de la multiplicidad de formas de comunicación asequibles, la humanidad eligió el maldecir –decir mal-, en lugar del bendecir –decir bien – acerca de las vidas y de sus portadores.
Los seres más dotados de la Creación, lanzaron contra todo lo que respira y contra su hábitat continente, palabras de enojo y execración, echaron, echamos pestes, debemos incluirnos. Creamos en la misma medida en que nombramos, una excesiva abundancia de polución semiológica y semántica negativa: palabras, gestos, actos y silencios con carga emotiva sombría, falaz, tanática. Abrimos la puerta de la miserabilidad. La moral de la humanidad olvidó ajustarse su máscara de piedad y de amor al semejante; esa con la que solía salir a escena y se vistió de esa cosa mala, o de mala calidad en su línea, se maquilló de impiedad, de individualismo, de egoísmo y de otras malas yerbas.
El escenario de la vida puso en cartel tantas veces aquel drama, que su existencia se naturalizó. Cada uno podía verse reflejado en aquel espejo del desprecio por el otro y por el ambiente…
La humanidad comenzó a heder. No se trataba solo de cuestiones de los sudores, ni de los humores; el aire que se respiraba olía mal: mal olor en las palabras, mal olor en las conductas; mal olor en la ciencia del individualismo, de la egolatría, del culto a la imagen vacía de contenido.
Tan natural se tornó el ejercicio de la impiedad, que nadie lo había notado, hasta que la naturaleza reaccionó, se manifestó y mandó a los pobladores del mundo a auto confinarse. El universo convocó a Estado de Sitio, ejerciendo una monarquía, que algunos hasta entienden como teocrática, porque porta el poder en su linaje.
Los científicos le pusieron nombre. Aquel engendro que el desprecio por la alteridad había ido diseñando a través de los siglos, comenzó a llamarse COVID-19, una peste de origen ético, que se retroalimenta merced al desamor, y a la negligencia, y a la indiferencia, y que se propaga, sin acepción de persona, causando gran mortandad, curiosamente, entre quienes ya estábamos muertos en el paradigma del sálvese quien pueda.