La pregunta es famosa y la hizo un judío calificado:
“Uno de los maestros de la ley religiosa estaba allí escuchando el debate. Se dio cuenta de que Jesús había contestado bien, entonces le preguntó:
—De todos los mandamientos, ¿cuál es el más importante?“
Marcos 12:28
Hay que distinguir tres códigos legislativos bien diferentes en el Antiguo Testamento:
- la ley ceremonial (“hukkim” o “chuqqah“, que significa “la costumbre de la nación“, los estatutos),
- la ley moral (“mishpatim“, a menudo llamada ‘de las ordenanzas‘, y que incluye a los 10 Mandamientos), y
- la ley judicial (todas las leyes morales excepto los 10 Mandamientos: desde la penalización del asesinato hasta la restitución a un hombre corneado por un buey y la responsabilidad del hombre que cavó un pozo para rescatar el asno atrapado de su vecino).
En los tiempos de Jesús, aún existía el Sanedrín, colectivo de maestros de las leyes que no lograba evitar la tensión entre
- los fariseos, corriente principal de los judíos, quienes seguían tanto la Torá escrita como la Torá oral, haciendo sus propias interpretaciones; y
- los saduceos, quienes sólo seguían la Torá Escrita, haciendo sus propias interpretaciones.
Ya había fallecido mucho tiempo atrás Shimón HaTzadik, el último miembro de la Gran Asamblea designada en tiempo del regreso de la esclavitud entre medo-persas a Jerusalén.
El mando teológico estaba a cargo de dos rabinos:
- uno era llamado ‘Nasí’, o el ‘presidente‘; y
- el otro era ‘Av Beit Din‘, el ‘líder del Sanedrín‘.
En días de Jesús estuvieron los dos más famosos
- Hilel, ‘Nasí’, y el más influyente considerando que el Talmud incorporó sus intepretaciones y enseñanzas; y
- Shamai, ‘Av Beit Din’.
Ambos obsesivos con las leyes ceremoniales, acerca de las que tenían diferentes enfoques.
Había más de 600 mandamientos en la Ley del Antiguo Testamento, la Torá, que abordaban prácticamente todos los aspectos de la vida judía.
A la Ley de Dios (los 10 Mandamientos), inmutable y eterna, los jefes religiosos le habían sumado una cantidad de preceptos, interpretaciones y regulaciones, que sobreabundaron luego del cautiverio en Babilonia por temor a caer otra vez en la apostasía que había provocado tanta desgracia, incluyendo la destrucción del Templo levantado por Salomón.
Las tres claves
Jesús sospechó que su interlocutor le estaba tendiendo una trampa. Entonces él respondió sin parábola:
“—El mandamiento más importante es: “¡Escucha, oh Israel! El Señor nuestro Dios es el único Señor.
Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”.”
Marcos 12:29-30
De eso tratan los cuatro primeros mandamientos que Dios le entregó a Moisés en el Monte Sinaí.
De esto trata la “Shemá Israel” (en hebreo, “Escucha, Israel“) el nombre de una de las principales plegarias de la religión judía.
“Shemá Israel” consistía en un único verso que aparece en el Libro de Deuteronomio 6:4 que dice: “Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es Uno”, la expresión fundamental de la creencia monoteísta.
Sin embargo, la plegaria litúrgica consiste en tres fragmentos extraídos de Deuteronomio y de Números.
Luego, Jesús agregó:
“El segundo es igualmente importante: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Ningún otro mandamiento es más importante que estos.”
Marcos 12:31
Es oportuno recordar el resto del relato:
“El maestro de la ley religiosa respondió:
—Bien dicho, Maestro. Has hablado la verdad al decir que hay solo un Dios y ningún otro.
Además yo sé que es importante amarlo con todo mi corazón y todo mi entendimiento y todas mis fuerzas, y amar a mi prójimo como a mí mismo. Esto es más importante que presentar todas las ofrendas quemadas y sacrificios exigidos en la ley.
Al ver cuánto entendía el hombre, Jesús le dijo:
—No estás lejos del reino de Dios.
Y, a partir de entonces, nadie se atrevió a hacerle más preguntas.”
- ¿Quién habrá sido aquel maestro de la ley?
- ¿Nicodemo? ¿José de Arimatea?
- ¿Siempre permaneció judío o luego se volvió cristiano?
Mejor ir a la reflexión de Daniel Harrell, en Christianity Today, acerca de la respuesta de Jesús: un imperativo y tres objetos:
- Amor.
- Ama a Dios.
- Ama a tu prójimo.
- Ámate a tí mismo.
Amarse a uno mismo es lo más sencillo, o por vanidad o por egoísmo o por supervivencia o por prudencia. Hay quienes se aman a sí mismos en exceso.
Jesús aconsejó amar al otro de la misma manera que una persona se ama a sí misma. Dificilísimo porque abundan la incredulidad, la envidia, el prejuicio y la desconfianza.
El valor de la Fe
Jamie D. Aten es fundador y director ejecutivo del Instituto de Desastres Humanitarios, que funciona en ámbitos del Wheaton College, en Illinois (USA). Muy comentado su libro “Un desastre ambulante: Cómo sobrevivir a Katrina y el cáncer me enseñaron sobre la fe y la resiliencia” (A Walking Disaster: What Surviving Katrina and Cancer Taught Me About Faith and Resilience).
Aquí su opinión en Religion News Service:
“Más de 40 años de investigación sobre la psicología de los desastres sobrevivientes han encontrado que la religión puede ser un recurso valioso para fomentar la resiliencia. Si bien la religión generalmente se ha relacionado con resultados positivos, los estudios sobre las reacciones de las personas al brote de ébola y la crisis de refugiados sirios muestran que algunas formas de religiosidad pueden ser menos saludables y menos útiles.
Estas reacciones pueden ayudarnos a predecir cómo las personas religiosas en los Estados Unidos pueden reaccionar a la propagación actual del coronavirus.
Hace unos años, nuestro equipo en el Instituto de Desastres Humanitarios se propuso descubrir por qué los estadounidenses parecían poco preocupados cuando se reportaron miles de casos del virus Ébola en África, pero entraron en pánico después de que se diagnosticaron los primeros dos casos en los Estados Unidos. Dirigido por Daryl Van Tongeren, profesor asociado de psicología en Hope College, nuestro equipo analizó lo que podríamos aprender sobre cómo la religión podría afectar las respuestas de las personas a las amenazas, brotes y pandemias de salud pública.
La evidencia apunta a lo que los psicólogos sociales llaman Teoría del Manejo del Terror, la idea de que los seres humanos harán todo lo posible para evitar recordatorios de su propia mortalidad. Hacemos esto como una forma de controlar nuestra ansiedad.
En nuestro estudio de laboratorio sobre el Ébola como una amenaza existencial, descubrimos que los individuos con un alto nivel de “religiosidad extrínseca”, aquellos que tienden a comprometerse con la religión por sus beneficios personales y sociales, como la seguridad emocional y el fortalecimiento de los lazos en el grupo, informaron más temor. Estas personas “eran especialmente propensas a experimentar los recordatorios del ébola como una amenaza existencial que intensificaba las preocupaciones de seguridad nacional”, tales como apoyar estrictas prohibiciones de viaje, seguridad fronteriza y leyes de inmigración, dijo el estudio.
Vimos el efecto contrario entre los participantes que obtuvieron un puntaje alto en “religiosidad intrínseca”, aquellos motivados por un marco religioso que intentan vivir su fe en consecuencia. Estas personas para quienes su fe parecía ser más central en su vida diaria informaron opiniones menos temerosas.
Estos hallazgos nos llevaron a concluir que “tomados en conjunto, las amenazas existenciales a gran escala pueden ser especialmente propensas a intensificar los prejuicios progrupo / antigrupo fuera de los individuos extrínsecamente religiosos”.
En otro estudio del Instituto de Desastres Humanitarios dirigido por la psicóloga Marianne Millen Carlson, nuestro equipo encontró respuestas similares impulsadas por el miedo a los refugiados sirios entre los participantes con un alto nivel de religiosidad extrínseca. En el apogeo de la crisis de refugiados en 2016, encuestamos a más de 800 personas de todo USA y descubrimos que las personas que se adhieren principalmente a la religión para obtener ganancias personales demostraron niveles más altos de actitudes perjudiciales hacia los refugiados. Tal como en nuestro estudio sobre el Ébola, esos participantes también informaron sentirse más amenazados.
Por el contrario, en ambos estudios, los participantes intrínsecamente religiosos, para quienes la religión era más central en su vida diaria y que buscaban vivir de acuerdo con sus creencias religiosas, informaron respuestas menos temerosas y tenían niveles más bajos de preocupación por los problemas de seguridad nacional.
Lo que es particularmente importante sobre nuestro estudio de refugiados es que demostró que aquellos que son extrínsecamente religiosos no solo tenían más probabilidades de informar que se sentían amenazados, sino que también perjudicaban a los refugiados sirios. Era más probable que informaran actitudes negativas y sesgadas hacia los refugiados como grupo porque consideraban que los refugiados eran diferentes de las personas con las que se identificaban.
Una rápida ojeada de titulares revela que ya se ha desencadenado cierto pánico, principalmente en la forma en que los ciudadanos compran máscaras faciales y otros elementos de protección que no hacen mucho para prevenir la enfermedad o que no son realmente necesarios. Pero, según los informes, las personas de ascendencia asiática también se enfrentan a prejuicios y discriminación independientemente del país del que provengan sus antepasados porque el brote de coronavirus tuvo su origen en China.
En conjunto, nuestros hallazgos sugieren que si el coronavirus continúa propagándose (N. de la R.: en Occidente), durante las próximas semanas y meses, podemos buscar una franja significativa de estadounidenses, especialmente aquellos más motivados por una fe externa, para sentirse más amenazados por el brote, y traducir eso en discriminación contra grupos que perciben como diferentes. (…)”.
Afrenta y desprecio
El periodista Agus Morales escribió en The New York Times:
“(…) Las epidemias no son solo casos de infectados y muertos, tratamientos y vacunas: son comunidades rotas por el estigma, sistemas de salud desbordados y la comprobación, bochornosa en el caso del ébola, de que los países ricos preferían la ilusión aislacionista —si el virus no llega aquí, no existe— a la eficiencia de la cooperación. (…) Las epidemias plantean un dilema: ayudar al otro —que mañana podría ser yo— o construir un muro. Los virus, tan modernos y tan antiguos, penetran de forma indiscriminada en nuestros organismos, sin atender a género, origen o clase social. Nos recuerdan que estamos conectados, que el egoísmo y el prejuicio son una condena y que la solidaridad es un antídoto necesario. (…)”.
Él brindó un ejemplo de cómo se construye el estigma:
“(…) En los primeros días del brote, el vídeo de una mujer que come una sopa de murciélago corrió como la pólvora en internet y desató una reacción xenófoba que vio allí la génesis de la enfermedad. Habría que detenerse en los datos: el vídeo no estaba grabado en la ciudad china de Wuhan —el epicentro de la nueva cepa de coronavirus llamada COVID-19—, sino en Palaos (Micronesia) en 2016. Verso y reverso: las redes sociales son espacio de resistencia, con etiquetas como #JeNeSuisPasUnVirus o #YoNoSoyUnVirus y protestas antirracistas, pero también pueden ser el lubricante perfecto para los bulos tanto en países de Asia —con Indonesia a la cabeza— como en Occidente, donde el racismo se extiende a toda persona que pueda relacionarse con Asia. (…)”.
Hace unas semanas, el dueño de un restaurante de Hong Kong, especializado en tallarines japoneses, colgó un cartel en la puerta prohibiendo la entrada de ciudadanos chinos. “Queremos vivir más. Queremos salvaguardar a nuestros clientes. Por favor, perdónanos”, explicó.
En uno de los epicentros del turismo mundial, la Fontana di Trevi, en Roma, una cafetería anunció en un cartel en chino e inglés: “A causa de las medidas de seguridad internacionales no se permite entrar en este lugar a toda la gente que proviene de China. Disculpen la molestia”. (…)”.
Sin embargo, ante la pandemia, ¿es correcto salir del foco de contagio para así aliviar a la familia propia o es más cristiano permanecer y correr el riesgo de contraer el virus?
El caso de Martín Lutero
Stephen Ko recuerda un caso muy especial que ocurrió en la sociedad del siglo XVI:
“(…) En el siglo XVI, los cristianos alemanes le pidieron al teólogo Martin Luther una respuesta a esta misma pregunta.
En 1527, menos de 200 años después de que la Peste Negra matara a aproximadamente la mitad de la población de Europa, la peste resurgió en la ciudad de Wittenberg y las ciudades vecinas de Lutero. En su carta “Si uno puede huir de una plaga mortal”, el famoso reformador sopesa las responsabilidades de los ciudadanos comunes durante el contagio. Su consejo sirve como una guía práctica para los cristianos que hoy enfrentan brotes de enfermedades infecciosas.
Primero, Lutero argumentó que cualquiera que tuviera una relación de servicio con el otro, tiene un compromiso vocacional de no huir. Quienes están en el ministerio, escribió Lutero, “deben permanecer firmes ante el peligro de la muerte”. Los enfermos y moribundos necesitan un buen pastor que los fortalezca y consuele y administre los sacramentos, para que no se les niegue la Eucaristía antes de su fallecimiento. Los funcionarios públicos, incluidos alcaldes y jueces, deben permanecer y mantener el orden cívico. Los servidores públicos, incluidos los médicos y policías patrocinados por la ciudad, deben continuar con sus deberes profesionales. Incluso los padres y tutores tienen deberes vocacionales hacia sus hijos.
Lutero no limitó la atención de los enfermos a los profesionales de la salud. (…) Los ciudadanos laicos, sin ningún tipo de capacitación médica, pueden encontrarse en condiciones de brindar atención a los enfermos. Lutero desafió a los cristianos a ver oportunidades para atender a los enfermos como una tendencia de asistir a Cristo mismo (Mateo 25: 41-46). Por amor a Dios emerge la práctica del amor al prójimo.
Pero Lutero no alienta a sus lectores a exponerse imprudentemente al peligro.
Su carta se extiende constantemente entre dos bienes en competencia:
- honrar la santidad de la propia vida y
- honrar la santidad de los necesitados.
No obstante, Lutero dejó en claro que Dios le da a los humanos una tendencia a la autoprotección y confía en que cuidarán sus cuerpos (Efesios 5:29 y 1 Corintios 12: 21–26). “Todos nosotros”, expresó Lutero, “tenemos la responsabilidad de evitar este veneno lo mejor que podamos porque Dios nos ha mandado cuidar el cuerpo”. Él defendió las medidas de salud pública tales como las cuarentenas y la búsqueda de atención médica cuando estuviere disponible. (…).
¿Qué pasa si un cristiano todavía desea huir? Lutero afirma que, de hecho, esta puede ser la respuesta fiel del creyente, siempre que su prójimo no esté en peligro inmediato y que contraten sustitutos que “cuiden a los enfermos en su lugar y los cuiden”.
Cabe destacar que Lutero también recuerda a los lectores que la salvación es independiente de estas buenas obras. La participación para ayudar a los enfermos surge de la gracia, no de la obligación.
Sin embargo, Lutero no tenía miedo. A pesar de las exhortaciones de sus colegas universitarios, se quedó para atender a los enfermos y moribundos. Instó a sus lectores a no tener miedo de “un pequeño hervor” al servicio de los vecinos. (…)”.
Regresando a 2020
Jim Wallis es presidente de la web Sojourners, y autor del libro ‘Cristo en crisis: por qué necesitamos recuperar a Jesús’ (Christ in Crisis: Why We Need to Reclaim Jesus). Wallis reflexionó a propósito de la política sanitaria estadounidense para frenar el coronavirus, y es posible extraer algunos conceptos que tienen aplicación no sólo en USA:
“(…) Tal como sucede siempre, quienes están en la pobreza, los que sufren enfermedades, los inmigrantes y/o los refugiados son los más propensos a verse gravemente afectados. Estos son, obviamente, todos los grupos de personas que Jesús nos llama a proteger en Mateo 25, siempre un texto central del Evangelio para nosotros que se relaciona claramente con esta creciente amenaza para la salud.
Primero, el hecho de que persisten enormes inequidades en nuestro sistema de atención médica va en detrimento de los esfuerzos para contener y tratar el coronavirus (…)
En segundo lugar, la “auto-cuarentena”, quedarse a trabajar en casa si no se siente bien, es mucho menos factible si pudiera perder su trabajo por ello. ¿Cuántos trabajadores con salario mínimo y aquellos en el sector de servicios irán a trabajar a pesar de estar enfermos porque no reciben ninguna licencia por enfermedad remunerada?
Tercero, dado que la terrible desigualdad económica de nuestra nación significa que gran parte de la carga de cualquier brote recae desproporcionadamente sobre los trabajadores pobres, ¿qué harán las familias de la clase trabajadora con niños si las escuelas cierran y no tienen cuidado infantil asequible? ¿Qué pasa con sus trabajos?
También debemos tener en cuenta el hecho de que la retórica abiertamente racista y xenófoba de esta administración y su agenda política están perjudicando activamente los esfuerzos para contener la propagación del virus.
(…) En este momento, necesitamos urgentemente, y deberíamos abogar apasionadamente, por una estrategia más reflexiva y compasiva para combatir la propagación del coronavirus. Es injusto y completamente contraproducente cobrarle a alguien por un test, vacuna (una vez que esté disponible), tratamiento o gastos de cuarentena, mientras trabajamos activamente para evitar la propagación. Este tipo de misión de seguridad pública para evitar catástrofes es una de las funciones más críticas del gobierno y los impuestos que todos pagamos. Las poblaciones vulnerables, como los inmigrantes indocumentados, también deberían poder hacerse la prueba y recibir tratamiento para el coronavirus sin temor a que los ponga en mayor peligro de identificación y deportación. Eso es algo cristiano y moral que hacer; De hecho, también es lo más inteligente si realmente queremos minimizar la propagación del virus.
(…) Cada uno de nosotros tiene una responsabilidad personal el uno con el otro: estar preparados y hacer lo que podamos para minimizar la transmisión de este virus. Por favor, si tiene fiebre, tos o falta de aire, busque el consejo de un médico y evite ir al trabajo o la escuela si puede. Si bien es cierto que podría tener un bajo riesgo de hospitalización o muerte si contrae el virus, especialmente si es joven y saludable, puedo garantizarle que hay personas en su vida, en la calle, en su oficina, en su iglesia, etc., que no son tan afortunados. Un compañero de trabajo sano puede cuidar a un padre enfermo. De hecho, un compañero feligrés aparentemente sano puede estar inmunocomprometido. Amar a tu prójimo como a ti mismo en este momento también significa hacer lo que puedas personalmente para protegerte no solo a ti sino a tus vecinos. Es hora de que todos, incluido el presidente, nos cuidemos y no solo a nosotros mismos.”
Es muy posible que no podamos modificar las políticas de salud pública de los países, y menos en tiempo y forma. Pero sí podemos modificar nuestra percepción y nuestra acción en la crisis para con nuestro prójimo. Así comienza el cambio: en nosotros.