—Ayuné y lloré —respondió David— mientras el niño vivía porque me dije: “Tal vez el Señor sea compasivo conmigo y permita que el niño viva”. Pero ¿qué motivo tengo para ayunar ahora que ha muerto? ¿Puedo traerlo de nuevo a la vida? Un día yo iré a él, pero él no puede regresar a mí.
2da. Samuel 12:22-23
10 reflexiones de Harold Kushner:
- “Hay una sola pregunta que realmente importa: ¿por qué le pasan cosas malas a la gente buena? Cualquier otra conversación teológica sería una distracción intelectual; algo así como completar el crucigrama del periódico dominical y sentirse muy satisfecho cuando las palabras concuerdan, sin darse cuenta de que, en definitiva, se sigue sin la capacidad para llegar a las personas en relación con lo que a ellas realmente les importa. Prácticamente todas las conversaciones significativas que he sostenido con otras personas sobre el tema de Dios y la religión comenzaron con esa pregunta o fueron a parar a ella. La mujer o el hombre angustiado que acaba de salir del consultorio del médico con un diagnóstico desalentador tienen algo en común pero también lo tienen el estudiante universitario que me dice que ha decidido que Dios no existe o el desconocido que se me acerca en una fiesta en el instante en que estoy por pedirle mi abrigo a la anfitriona y me dice: “Así que es un rabino; ¿cómo puede creer que … ?” Todos están preocupados por la distribución injusta del sufrimiento en el mundo. El infortunio de los buenos es un problema, y no sólo para la gente que lo sufre y los seres que los rodean. Lo es para todos los que desean creer en un mundo justo y equitativo y habitable. Es inevitable que se formulen preguntas acerca de la bondad, la generosidad e inclusive la existencia de Dios.”
- “Como la mayoría de la gente, mi esposa y yo crecimos con la idea de que Dios era como un padre omnipotente y sabio que nos trataría como lo hacían nuestros padres terrenales, o inclusive mejor. Si éramos obedientes y meritorios, Él nos recompensaría. Si nos alejábamos de sus enseñanzas, Él nos castigaría, con pena pero con firmeza. Nos protegería para que no nos lastimaran ni nos lastimáramos a nosotros mismos, y tomaría los recaudos para que obtuviéramos lo que nos merecíamos en la vida. Como la mayoría de la gente, yo percibía las tragedias humanas que oscurecían el panorama: los jóvenes que perecían en accidentes automovilísticos, las personas alegres y afectuosas que se malograban en enfermedades que los convertían en discapacitados, los vecinos y familiares de cuyos hijos deficientes o con enfermedades mentales la gente hablaba en voz baja. Pero esa percepción jamás me llevó a cuestionar la justicia de Dios. Suponía que Él sabía más que yo acerca del mundo. Y sin embargo, después, llegó ese día en el hospital en que el doctor nos habló acerca de Aaron y nos explicó lo que significaba ‘progeria’. La noticia estaba en contra de todo lo que me habían enseñado. No podía más que repetir una y otra vez en mi mente: “Esto no puede estar sucediendo. No es así como se supone que funciona el mundo.” Se suponía que esas tragedias le sucedían a personas egoístas y deshonestas a quienes yo, como rabino, debía consolar, asegurándoles que el amor de Dios lo perdona todo. Si lo que yo creía acerca del mundo era cierto, ¿cómo podía sucederme a mí, a mi hijo?“
- “En una carta tras otra, los lectores me contaban que su pastor o sus amigos religiosos tenían buenas intenciones pero les decían las cosas equivocadas que los hacían sentirse peor. ¿Por qué? Es posible que las expectativas de la gente fueran demasiado elevadas o irreales, que su pérdida hubiera dejado un vacío que no podía llenar ni siquiera el pastor más hábil. Si los amigos no podían devolverle la vida a una persona amada, ¿qué podían hacer para que una esposa, madre o hija se sintiera mejor? Pero creo que también existe otra razón. Es posible que el objeto de la mayoría de las respuestas religiosas no sea tanto aliviar el dolor de la persona sufriente sino defender y justificar a Dios, para persuadirnos de que lo malo es en realidad bueno, de que nuestra aparente desgracia sirve a los designios más grandes de Dios. Las frases tales como “con el tiempo, esto te convertirá en una persona mejor”, “debes estar agradecido por lo que tuviste”, o “Dios solo elige a las flores más bellas para Su jardín celestial”, aun cuando hayan sido dichas con las mejores intenciones, son interpretadas por el que sufre como si le estuvieran diciendo: “Deja de sentir lástima por ti mismo; existe una buena razón para esto”. Sin embargo, lo que más necesitan las personas que atraviesan por un momento doloroso es consuelo, no una, explicación. Un abrazo cálido y un oído paciente curan más corazones que un sermón teológico. Una de las cosas que hacen que nos resulte difícil manejar nuestros propios problemas y ayudar los demás con los suyos es que nos cuesta mucho aceptar el dolor. Comprendemos que el dolor es una señal de que algo está mal y llegamos a la conclusión de que si pudiéramos eliminarlo -tomando pastillas, emborrachándonos o alejándonos de una relación problemática- podríamos corregir lo que está mal porque de ese modo ya no nos causaría dolor.”
- “He recibido docenas de cartas de mujeres que me contaban que cuando contrajeron una enfermedad grave o descubrieron que tenían un hijo discapacitado, sus esposos las abandonaron. La mayoría de las cartas expresaban desconcierto. “No lo puedo comprender. Yo creía que realmente me quería y quería a los niños.” Tengo la corazonada de que muchos de esos esposos no eran simplemente egoístas y duros. Amaban a su familia, tanto la amaban que les causaba dolor ver sufrir a sus seres queridos y no podían soportar ese dolor. Por lo tanto, como no podían ignorar el problema, ellos lo “solucionaban” marchándose y así no tenían que enfrentarlo. Cuando doy conferencias acerca de ayudar a la gente a sobrellevar su pena, una de las cosas que digo es: “Habrá momentos en que las cosas estén tan destrozadas que estarán seguros de no poder hacer nada para enmendarlas, pero siempre pueden hacer algo, aunque más no sea sentarse junto a alguien y ayudarlo a llorar, para que no tenga que llorar solo“.”
“¿Recuerdan la historia bíblica acerca de Moisés, en el capítulo 32 del Éxodo? En esa historia, Moisés bajó del Monte Sinaí y vio a los israelitas adorando el becerro de oro. Entonces, arrojó al suelo las piedras de los Diez Mandamientos Y se hicieron trizas. Una leyenda judía relata que cuando Moisés bajaba de la montaña con las dos piedras en las cuales Dios había escrito los Diez Mandamientos, no tuvo problemas para cargarlas aunque eran pesadas y grandes y el sendero, empinado. Después de todo, aunque eran pesadas, estaban escritas por Dios y eran valiosas para él. Pero según la leyenda, cuando Moisés llegó al lugar donde se encontraba la gente bailando alrededor del becerro de oro, las palabras desaparecieron de la piedra. Las rocas volvieron a ser piedras en blanco y entonces le resultaron demasiado pesadas y no pudo sostenerlas. Somos capaces de soportar cualquier carga si pensamos que lo que estamos haciendo tiene un significado. Cuando digo que no son enviadas por Dios como parte de Su plan maestro, ¿he hecho acaso que a la gente le resulte más difícil aceptar sus enfermedades, sus tragedias, sus desdichas familiares? Permítanme sugerirles que las cosas malas que nos suceden durante nuestra vida carecen de significado cuando nos suceden a nosotros. No se producen por ninguna buena razón que haría que las aceptáramos de buen grado. Pero podemos darles un significado. Podemos redimir esas tragedias de su carencia de sentido, imponiéndoles mi significado desde nosotros mismos. La pregunta que debemos hacernos no es: ¿Por qué me sucede esto a mí? ¿ Qué hice para merecer esto?” Esa es, en realidad, una pregunta inútil y sin respuesta. Sería preferible preguntarnos: “Ahora que me ha sucedido esto, ¿qué voy a hacer al respecto?“.”
- “Martin Gray, sobreviviente del gueto de Varsovia y del Holocausto, relata su vida en un libro titulado ‘Por aquellos que amé’. Cuenta que, después del Holocausto, rehízo su vida, tuvo éxito, se casó y formó una familia. La vida le parecía buena después de los horrores del campo de concentración. Pero un día, su esposa e hijos fallecieron cuando un incendio forestal destruyó su casa en el sur de Francia. Gray estaba desesperado, esa nueva tragedia lo llevó al borde de la locura. La gente le insistía en que exigiera una investigación para averiguar las causas del incendio, pero él prefirió emplear sus recursos en un movimiento para proteger la naturaleza de incendios futuros. Gray explicó que una investigación se concentraría únicamente en el pasado, en cuestiones de dolor, pena y culpa. Él deseaba concentrarse en el futuro. La investigación lo enfrentaría con otras personas -“¿alguien cometió una negligencia?, ¿de quién fue la culpa?”-, y enfrentarse a los demás, buscar un villano, acusar a otras personas por el dolor propio, sólo deja más sola a una persona que ya lo está. La vida, concluyó, debe ser vivida por algo, no contra algo. Nosotros también debemos superar las preguntas que se concentran en el pasado y en el dolor –“¿por qué me sucedió esto a mí?”- y hacernos, en cambio, la pregunta que abre las puertas del futuro: “Ahora que me ha sucedido esto, ¿qué voy a hacer al respecto?“.”
- “Creo en Dios. Pero no creo las mismas cosas acerca de Él que creía hace muchos años cuando estaba creciendo o cuando era un estudiante de teología. Reconozco sus limitaciones. Lo que Él puede hacer está limitado por las leyes de la naturaleza y por la evolución de la naturaleza humana y la libertad moral humana. Ya no hago a Dios responsable de las enfermedades, los accidentes y los desastres naturales porque comprendo que gano muy poco y pierdo mucho cuando culpo a Dios de esas cosas. Puedo venerar a un Dios que detesta el sufrimiento pero no puede suprimirlo, con más facilidad de la que puedo venerar a un Dios que elige hacer sufrir y morir a los niños, por más elevadas que sean sus razones. Hace algunos años, cuando estaba de moda la teología de la “muerte de Dios”, recuerdo haber visto un autoadhesivo que decía: “Mi Dios no está muerto; lamento que el tuyo lo esté”. Creo que mi autoadhesivo debería decir: “Mi Dios no es cruel; lamento que el tuyo lo sea”. Dios no causa nuestras desgracias. Algunas se originan en la mala suerte, otras por los actos de malas personas, y otras, simplemente, como consecuencia inevitable de que seamos humanos y mortales y vivamos en un mundo de leyes naturales inflexibles. Las cosas dolorosas que nos suceden no son castigos por nuestra mala conducta, ni tampoco forman parte de un plan maestro de Dios. Debido a que la tragedia no se produce por voluntad de Dios, no debemos sentimos heridos o traicionados por Dios cuando la tragedia nos golpea. Podemos recurrir a Él en busca de ayuda para superarla, precisamente porque podemos decimos que Dios está tan indignado por ella como nosotros.”
“En ‘Dimensiones de Job’, editado por Nahum N. Glatzer, MacLeish escribió un ensayo explicando lo que había intentado decir al final de su obra de Job. “El hombre depende de Dios para todas las cosas; Dios depende del hombre para una. Sin el amor del Hombre, Dios no existe como Dios, solamente como Creador, y el amor es lo único que nadie, ni siquiera el mismo Dios, puede ordenar. Si no se entrega con libertad, no es nada. Y es más amor, más libre, cuando se ofrece a pesar del sufrimiento, la injusticia y la muerte.” No amamos a Dios porque es perfecto. No lo amamos porque nos protege de todo mal e impide que nos sucedan cosas malas. No lo amamos porque le tememos ni porque nos causará daño si le damos la espalda. Lo amamos porque es Dios, porque es el autor de todo lo bello y del orden que nos rodea, la fuente de nuestra fortaleza y la esperanza y el valor que están dentro de nosotros, y de la fortaleza, la esperanza y el valor de otras personas que nos ayudan en momentos de necesidad. Lo amamos porque es la mejor parte de nosotros mismos y de nuestro mundo. Ese es el significado del amor. El amor no es la admiración de la perfección, sino la aceptación de una persona imperfecta con todas sus imperfecciones, porque amarla y aceptarla nos hace mejores y más fuertes.”
- “Permítanme citar nuevamente a Dorothee Soelle, la teóloga alemana que cité en el capítulo 5, cuando preguntaba de qué lado pensábamos que estaba Dios en los campos de concentración, del lado de los asesinos o del lado de las víctimas. Soelle, en su libro ‘Sufrimiento’, sugiere que “la pregunta más importante que podemos hacer acerca del sufrimiento es a quién le resulta útil. ¿Sirve nuestro sufrimiento a Dios o al diablo, la causa de estar vivos o de estar moralmente paralizados?”. Soelle no desea que nos concentremos en el origen de la tragedia sino en el punto hacia el cual nos lleva. En ese contexto se refiere a los “mártires del demonio”. ¿Qué significado le da a esa frase? Estamos familiarizados con la idea de que varias religiones honran la memoria de mártires por Dios, personas que murieron para dar testimonio de su fe. Al recordar su fe frente a la muerte, nuestra propia fe se fortalece. Esas personas son mártires de Dios. Pero las fuerzas de la desesperación y el descreimiento también tienen sus mártires, personas cuya muerte debilita la fe de otras personas en Dios y en Su mundo. Si la muerte de una anciana en Auschwitz o de un niño en una sala de hospital nos hacen dudar de Dios y no nos permiten afirmar las bondades del mundo, entonces esa mujer y ese niño se convierten en “mártires del demonio”, son testimonios contra Dios, contra la plenitud de sentido de una vida moral, en lugar de ser testimonios a favor de Él. Pero (y este es el punto más importante de Soelle) no son las circunstancias de su muerte las que los convierten en testigos a favor o en contra de Dios. Sino nuestra reacción frente a su muerte. Los hechos de la vida y de la muerte son neutrales. Nosotros, con nuestra respuesta, le damos al sufrimiento un significado positivo o negativo. Las enfermedades, los accidentes, las tragedias humanas matan gente. Pero no matan, necesariamente, la vida o la fe. Si la muerte y sufrimiento de una persona amada nos vuelve amargados, envidiosos, nos aparta de la religión, nos incapacita para ser felices, nosotros convertimos a la persona que falleció en uno de los “mártires del demonio”. Si el sufrimiento y la muerte de alguien muy próximo a nosotros nos hace explorar los límites de nuestra capacidad de fortaleza, amor y alegría, si nos lleva a descubrir fuentes de consuelo que no sabíamos que existían, entonces nosotros convertimos a esa persona en un testigo de la reafirmación de la vida en lugar de su rechazo. Eso significa, sugiere Soelle, que aún podemos hacer algo por las personas que quisimos y perdimos. No podemos mantenerlos con vida. Quizá, ni siquiera podamos atenuar su dolor. Pero podemos hacer algo crucial por ellos después de su muerte: hacerlos testigos de Dios y de la vida, en lugar de convertirlos, con nuestra desesperación y pérdida de fe, en los “mártires del demonio“.”
- “En el análisis final, la pregunta de por qué le suceden cosas malas a la gente buena se convierte en varias preguntas diferentes, que ya no preguntan por qué sucedió algo sino cómo responderemos, qué haremos una vez que haya sucedido.
** ¿Son ustedes capaces de perdonar y aceptar con amor a un mundo que los ha decepcionado porque no es perfecto, un mundo en el cual existen la injusticia y la crueldad, la enfermedad y el crimen, los terremotos y los accidentes?
** ¿Pueden perdonar sus imperfecciones y amarlo porque está preparado para contener grandes bellezas y bondades, y porque es el único mundo que tenemos?
** ¿Son ustedes capaces de perdonar y amar a las personas que están alrededor, aun si los han herido y defraudado debido a que no son perfectas?
** ¿Pueden perdonarlas y amarlas porque no existe ninguna persona perfecta y porque el precio que se paga por no poder amar a las personas imperfectas es la soledad?
** ¿Son ustedes capaces de perdonar y amar a Dios aunque hayan descubierto que no es perfecto, y los haya defraudado y decepcionado al permitir que exista la mala suerte, la enfermedad y la crueldad en Su mundo, y que algunas de esas cosas les sucedieran a ustedes?
** ¿Pueden aprender a amarlo y perdonarlo a pesar de Sus limitaciones, como Job, como aprendieron a perdonar y amar a sus padres aunque no fueran tan sabios, tan fuertes o tan perfectos como ustedes necesitaban que fueran?
** Y si pueden hacerlo, ¿podrán reconocer que la capacidad de perdonar y la capacidad de amar son las armas que Dios nos ha dado para permitirnos vivir plenamente, con valentía, y dándole un significado a nuestra vida en este mundo imperfecto?
Pienso en Aaron y en todo lo que su vida me enseñó, y soy consciente de lo mucho que perdí y de lo mucho que gané. El ayer me parece menos doloroso, y no le temo al mañana“.